El agua está de moda.
Basta con examinar las materias de algunas de las últimas columnas de este mismo sitio Web para confirmar tal aserto: Cortes de agua y el cambio climático; Cómo Re nacionalizamos el agua; El derecho al agua; Bajo el agua; Fuerza mayor o imprevisión y falta de control.
En fin, sin ignorar la gravedad del tema y los severos problemas que la carencia de agua ha provocado a muchos de nuestros compatriotas, me referiré en esta ocasión a algo que me ha afectado directamente.
Antes de tirarme al agua, felicito a los que todavía veranean y disponen del líquido elemento.
De solo pensar en eso a mí se me hace agua la boca.
Enseguida, debo señalar que la admonición fundamental -¡Al agua Pato!- que motiva esta columna, por algunos días no ha sido posible de seguir a éste y todos los patos de un sufrido Santiago, sin o con poca o interrumpida agua.
Desde otro ángulo, ello nos ha obligado a re-examinar eso de agua que no has de beber, déjala correr – cuando corre, por cierto.
Anoto también, con un atisbo de esperanza, que quizás el cambio climático lleve a que este año 2013 se cumpla aquello que decíamos en mis tiempos mozos y que rezaba “abril, aguas mil”.
Otro aspecto, también positivo, es que a nadie le fue posible en estos aciagos días ahogarse en un vaso de agua, vacío.
De otro lado, los lectores que están en el sur, y nosotros en las humildes riberas del Mapocho, hemos podido constatar que si el río suena es porque lleva agua.
No obstante, advierto que algunos aseveran que aquello ocurre porque lleva piedras – claro que esta última interpretación es algo interesada, más bien de quienes apoyan a los indignados y movilizados que recurren a los piedrazos y terminan regados con agua de surtidores verdes, móviles.
A mi juicio, está más claro que el agua que las empresas de agua no han hecho las inversiones que se necesitan para que no ocurra lo que ocurrió y que va a ocurrir otra vez, dicho sea de paso.
Es posible también alegar que las aludidas empresas hicieron inversiones, pero ellas se hicieron agua. Por lo demás, considero que ello sería propio de la naturaleza y objeto de las empresas, que, obviamente, son de agua.
También está súper claro que las empresas de agua se parecen como dos gotas de agua, en todo, incluyendo su tendencia a rápidamente cobrar y también rápidamente excusarse en la fuerza mayor cuando nos cortan el agua.
Por último, me parece también muy claro, prístino, como agua de río virgen -si es que queda alguno, digo- que las empresas de agua tratan por todos los medios de llevar las aguas a su propio molino (nótese que este último vocablo debe leerse como bolsillo).
Pero hasta aquí no más llego en esta piscina –perdón, columna- porque los chilenos estamos con el agua hasta el cuello (y ustedes lectores saben que no se trata de agua precisamente).
En fin, para terminar, un consejo político potable: no permitamos que nuestros cántaros vayan tanto al agua que al final se quiebren.