Junto a las “antenas palmeras”, brotan como callampas de ciudad, las “grúas pluma”, aunque, por mas que se las mire, no se le divisan estos adminículos por ninguna parte.
(Siempre existe la posibilidad, de que sólo en la noche aparezcan, y con ellas, emprendan un vuelo nocturno, silencioso y fantasmal).
La diferencia con la anterior especie comunicacional, híbrida entre la tecnología y la naturaleza, es que a estas, no hay que disfrazarlas, mientras simbolicen un ¿burbujeante?, crecimiento inmobiliario. Perdón, por la palabra prohibida. Quise decir, un vigoroso crecimiento inmobiliario.
Vale la pena aclarar, que no las he visto emerger en las poblaciones periféricas del Gran Santiago, pero en honor a la verdad, puede ser, porque no visito muy a menudo esos lugares.
El problema es, que cuando hace varias semanas sólo se dedican a negar su existencia, los voceros del mundo económico empresarial, lo que uno humildemente ha aprendido desde el mundo comunicacional humano personal, cultural y social, es por lo menos, a dudar de esa vigorosa y sistemática negación.
En Internet, sólo encontré un artículo que provocativamente, sugería que sí existía, contra múltiples otros, contrarios a esta muy peregrina idea.
Por lo demás, reventar burbujas, o dispararle a las burbujas, siempre ha sido un juego entretenido y chispeante, más aun, si se hace acompañar, de un buen vino espumante (y burbujeante).
Quizás las burbujas inmobiliarias, debieran llamarse “espumas inmobiliarias”.
Así, sería mucho más sugerente esperar que desaparezcan, al igual que la espera de la lenta desaparición de la espuma que cubre el cuerpo de una seductora mujer desnuda, en una tina de baño, iluminada por velas rojas y, envueltas en mantras tibetanos.
(¡Que cursilería inaguantable!).
Desde pequeños tenemos una fascinación por las burbujas.
Quien no recuerda haber hecho burbujas con el jabón que chorreaba por la cara, en la ducha de la mañana. (Si no lo ha hecho, pruébelo).
O haber disfrutado con la fascinación de los niños, frente a esas formas perfectas y etéreas, que además de reflejar todos los colores del arcoíris, permanecen suspendidas en el tiempo, para luego caer lentamente, desafiando a la gravedad, movidas por corrientes de aire imperceptibles, y luego desaparecer, en ruidosas explosiones de silencio, que sólo algunos parecen escuchar.
¿O haber contemplado la lenta desaparición de las amarillentas burbujas de espuma, hijas de las olas, fruto de un mar revuelto y tormentoso?
Definitivamente, además de la magia, estamos en la época de la alegría y las burbujas.
¡Viva la mágica alegría espumosa!
¡Salud!