Intentar resumir la labor formativa de la Compañía de Jesús, en un simple y breve testimonio presenta al menos dos grandes dificultades.La primera, es más bien de fondo y esta constituida por la profundidad y la grandeza de la misión, la otra dificultad es más bien de carácter personal y está representada por la precariedad de este testigo, frente a la magnitud de la obra.
Muchos se sienten agradecidos de Dios por ser tributarios, pretéritos o actuales, de la impronta jesuita, asumo el desafío con una sincera sensación de orgullo y agradecimiento.
Hacer un alto en el camino para recordar y remarcar el trabajo educativo de la congregación, requiere a mi juicio, pasar por las siguientes estaciones ignacianas.
Recordar que al momento de la expulsión monárquica de los jesuitas de nuestro continente, ellos volcaban su misión formativa en los más pobres entre los pobres, los pueblos originarios, en nuestra Patria con el pueblo Mapuche. No resulta atrevido pensar que muy probablemente, si aquello no se hubiere interrumpido, la situación de carencia y discriminación en que se debaten hoy nuestros compatriotas, sería sustancialmente diferente.
Resaltar también la inmensa y diversa contribución de servidores públicos que se han educado en los colegios jesuitas de Chile, con seguridad imbuidos de la lógica de tornar los dones recibidos, en particular al servicio de los más necesitados.
Recordar la base valórica de la educación jesuita, construida sobre el servicio, naturalidad en el trato con Dios, preocupación por la justicia y lo social, búsqueda de la excelencia y el compañerismo.
Traer a la memoria la decisión tomada a comienzos de los años 70 cuando la compañía por su servicio a la fe y a la promoción de la justicia que dicha fe implica, determinó un sistema de matrículas diferenciadas según los ingresos de los apoderados, ello permitió una matrícula socialmente más democrática. Es cierto que muchos en la época no comprendieron esta decisión y abandonaron los colegios, prefiriendo una educación más “homogénea”.
Tal vez lo anterior intente explicar una frase que aún hoy suele repetirse “los jesuitas abandonaron la educación de las clases sociales más acomodadas”; la estricta verdad es exactamente la contraria, pues fueron los más acomodados los que abandonaron un tipo de educación esencialmente construida sobre la base de las encíclicas sociales y el evangelio.
Otra muestra palpable de estar insertos en el Chile de todos, se concreta con la creación de INFOCAP, la Universidad del Trabajador y sus mil alumnos, sus sedes en campamentos asociados con un “techo para Chile”, con seguridad el movimiento de jóvenes secundarios y universitarios que más convoca en la actualidad.
Hace algunos años, la Compañía decide fundar e instalar la Universidad Alberto Hurtado, que en pocos años de servicio ya constituye un referente en una sociedad que necesita urgentemente universidades que se desarrollen en el pluralismo y la excelencia académica.
Hitos como los anteriormente expuestos dan cuenta de lo central que ha resultado para nuestra sociedad poder tener una educación católica de excelencia, que sin caer en ambigüedades, es capaz de dialogar en respeto, con otras ideas o credos, y a partir de aquello, buscar y crear caminos de entendimiento, en particular en el servicio al prójimo.
Al terminar este artículo quisiera traer a colación uno muy notable , publicado en el último número de la revista Mensaje – otra obra de la Compañía a la hora de contribuir al pensamiento – me refiero al diálogo sobre la vida entre el Cardenal (s.j.) Carlo María Martini y el científico italiano Ignacio Marino.
En este profundo diálogo sobre la fecundación asistida, el aborto, sida, eutanasia, los limites de la investigación, el encuentro entre la ciencia y ética cristiana, el Cardenal Martini sostiene:
“Pero es importante reconocer que la prosecución de la vida humana física no es en sí misma el principio primero y absoluto. Sobre este está aquel de la dignidad humana, dignidad que en la visión cristiana y de muchas religiones comporta una apertura a la vida eterna que Dios promete al hombre”. “Podemos decir que aquí está la definitiva dignidad de la persona, pero incluso los que no comparten nuestra fe pueden comprender la importancia de este fundamento para los creyentes y la necesidad en cualquier caso de tener razones de fondo para sostener siempre y en todo lugar la dignidad de la persona humana”.
En este párrafo citado, está a mi entender muy bien plasmado el valor más profundo de la compañía en su misión educativa “la dignidad de la persona, en cualquier tiempo, en cualquier circunstancia, en cualquier lugar del universo”.