El diputado Urrutia, de la UDI, dando muestras de su indigencia mental, afirmó hace unos días que los homosexuales no deberían formar parte de las Fuerzas Armadas porque su presencia en ellas las debilitaría.Su prejuicio asimila la homosexualidad con la cobardía, o con la debilidad, idea tan retrógrada que ni siquiera vale la pena discutir.
Por otra parte, hace algunos días, en la Universidad Católica, que recibe fondos del Estado chileno para su funcionamiento, se organizó un encuentro – organizado por la ONG “Investigación, Formación y Estudio sobre la Mujer” (Isfem) y el “Centro de Estudios para el Derecho y la Ética Aplicada” de esa casa de estudios – que ha causado una justa indignación de agrupaciones de minorías sexuales y estudiantes, que rechazaron una vez más las iniciativas de estos grupos ultraconservadores que buscan presentar la homosexualidad como una enfermedad curable a través de terapias “regenerativas”.
Después de todos los escándalos a que ha dado lugar la presencia de homosexuales y pedófilos entre sacerdotes de diferentes jerarquías de la Iglesia, llama la atención que sea esta precisa institución la que todavía se muestre incapaz de comprender correctamente estos fenómenos.
Es raro que nuestra sociedad no sea capaz de entender que las definiciones sexuales se realizan sin que medie ninguna decisión de nuestra parte. Todo heterosexual debería entender fácilmente que no es por voluntad propia que uno termina siendo lo que es sexualmente, porque ha vivido personalmente esa experiencia.
Cuando uno descubre su sexo, ya es demasiado tarde como para intentar modificaciones. De pronto uno se siente atraído por mujeres o por hombres y esto tiene lugar como un descubrimiento, no como una disyuntiva en la que se está y que nos solicite tomar determinaciones. Las decisiones se hacen sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo para tomarlas.
Nos descubrimos hombres, mujeres u homosexuales exactamente de la misma manera misteriosa en la cual aparecen en nosotros tendencias en uno u otro sentido. Esto es lo “normal”, si se entiende como tal lo más común, lo que le sucede a la mayoría de las personas.
También existen excepciones, por supuesto. Es el caso de quienes se ven atraídos por hombres y mujeres, los “bisexuales”, en los cuales podría equivocadamente hablarse de una decisión a tomar en uno u otro sentido cuando se establecen relaciones concretas. Pero son casos raros, e incluso en ellos, el impulso sexual que surge, no es ni puede ser fruto de una decisión.
El sexo que tenemos no es voluntario y pertenece a una de las tantas cosas que ningún ser humano ha podido nunca, ni podrá jamás, dominar.
La sexualidad es un regalo de la naturaleza, algo que de pronto descubrimos en nosotros y que nos acompañará siempre como un destino irrenunciable. Y lo más bello que hay en ella, es que también nos permite descubrir a través suyo el amor, que, si es puro y verdadero, siempre va acompañado de esa fuerza ciega que nos impulsa hacia el otro.
Por eso, todo lo que vive el heterosexual es exactamente igual a lo que vive el homosexual. Y eso es lo que permite comprenderse mutuamente.
Lo que tenemos en común hombres, mujeres y homosexuales es que habita en todos nosotros una fuerza que nos lleva hacia el otro y que nos abre la posibilidad del goce físico y/o del amor. Lo “normal” no es ni ser hombre, ni ser mujer, sino ser portador de la facultad de gozar físicamente con otro ser humano, cualquiera que sea su género.
De ahí que no se pueda culpar a nadie por su condición sexual y menos aún considerarla una enfermedad. Los enfermos son los que tienen estas ideas en su cabeza.
La única terapia válida en el caso de la homosexualidad es la que busca reconciliar al individuo con su condición sexual, ayudándolo a sobreponerse a las taras y prejuicios de las que son víctimas en nuestra sociedad.
Hace 39 años, la Asociación Psiquiátrica Americana removió la homosexualidad de la lista de trastornos mentales y en 1990 la Organización Mundial de la Salud la removió del Manual de Clasificación Mundial de Enfermedades.
Además, esta misma organización ha prohibido estas “terapias regenerativas” por considerarlas inductoras de situaciones peligrosas. Los que creen que la homosexualidad es una elección que puede corregirse deberían auto-analizarse y responder a esta pregunta: “¿Es que mi propia sexualidad es entonces una elección?” Sería interesante conocer la respuesta.
¿No estará revelando esta idea de una sexualidad elegida una secreta tendencia de los que así piensan hacia lo que desean corregir?
¿”Eligieron” ellos su propio sexo supuestamente “normal” porque podrían haber sido homosexuales?
Y otra pregunta: ¿Cuál es la secreta necesidad de culpar a la gente por su condición sexual? ¿En que reside el miedo a los homosexuales que impide comprenderlos?
Los que no dudamos de nuestra sexualidad podemos comprender perfectamente la sexualidad de los demás sin condenarla. Se trata de una condición que se goza o se sufre, pero de la que no somos responsables.
La única ayuda que se necesita frente a este tipo de cosas que no dependen de nuestra voluntad es ir al encuentro de nosotros mismos con valentía y decisión, aunque tengamos que sufrir por ello.
Quienes se han atrevido a salir del closet y a dar la lucha por sus derechos son, por cierto, mucho más valientes que el diputado Urrutia, y no sería malo que las Fuerzas Armadas chilenas, que lamentablemente no han sido un ejemplo de entereza, vieran en ellos un ejemplo .