Después de vivir fuera de Chile por varios años, regresé hace unos meses a Santiago. Lo primero que me llamó la atención es el nivel de estrés con el que viven los chilenos, en especial, los capitalinos.
Para comprobar mi teoría investigué al respecto y me encontré con que el mayor factor en este aumento del estrés es el trabajo. Chile y Japón son países donde la jornada laboral sobrepasa las 40 horas semanales. Y si bien es cierto que la productividad nacional ha aumentado, también lo ha hecho la presión con la que vivimos para lograr cumplir las demandas de nuestro trabajo.
Así lo demuestra la última investigación realizada por Regus, una institución especializada en el tema del espacio laboral, que señala que entre las 16 mil personas entrevistadas el 69% está estresada por el trabajo y 59% por finanzas personales.
Aparte de estas cifras, es cosa de salir a la calle para comprobar la situación. La gente pelea y se empuja en el metro por tratar de entrar o salir de él. Se impacientan si deben esperar más de cinco minutos en el banco o en la fila del supermercado.
También existen los que se quejan por todo: salir a la calle es demasiado peligroso, la comida es muy cara, los sueldos son muy bajos y el tráfico es una pesadilla diaria. Para ellos no hay nada bueno y creen que en todas partes del mundo la gente tiene agua potable y un iPhone.
Cuando me encuentro con este tipo de personas les trato de mostrar que hay otros países donde la calidad de vida es mucha más baja que la chilena y el costo de vida es el mismo o más alto.Además, en esos lugares se vive una inseguridad mucho mayor (por ejemplo, en Caracas se registraron 3.479 muertes violentas sólo en el 2011) y los servicios públicos son completamente ineficientes comparados con los chilenos. Es más, en esos países a nadie se le ocurriría andar por la calle mostrando el último iPhone.
Mientras más pienso en el tema, más me doy cuenta que todo depende de cómo miremos las cosas y de cuál sea nuestro punto de referencia. Mi impresión es que a muchos chilenos les gusta quejarse simplemente para desahogarse.
En otros casos, pareciera que lo políticamente correcto es estar siempre ocupados y sin tiempo para descansar o hacer algo que no sea trabajar.Lo cual no tiene ningún sentido. Mi experiencia en otros países me ha enseñado que hay que tomarse las cosas con calma y no dejarse presionar por circunstancias que no podemos controlar.
Si cambiáramos nuestra perspectiva de la vida y de nuestras prioridades, quizás podríamos ser más felices y más agradecidos de todas las comodidades que tenemos.
Por ejemplo, vivimos en una ciudad limpia, donde la mayoría de la gente respeta la ley y a las instituciones del Estado, podemos hacer numerosos trámites a través del internet y andar por la calle a altas horas de la noche sin correr peligro, entre otras cosas.
Así que, al menos una vez al día, miremos el vaso medio lleno. No todo es perfecto en Chile y nunca lo será. Disfrutemos de todas las cosas buenas que tenemos y que damos por sentadas.
Y cuando llegue el momento de desesperarnos, seamos proactivos en vez de destructivos.
Está bien quejarse de vez en cuando, pero si decides hacerlo que sea en tu casa y con tus amigos. Los desconocidos que vamos en el metro o en el Transantiago a tu lado, no tenemos la culpa.