Recordar a Modesto Collados es recordar a un hombre excepcional en aspectos muy diversos de la vida. Dotado de una inteligencia portentosa, casi increíble, este ingeniero de raigambre escondida en un pasado sencillo y desprovisto de gestos excesivos, estaba destinado a entregarnos una visión y un quehacer variado, profundo y noble.
Nadie que alguna vez escuchó su palabra durante su extensa y destacada vida pública o en la intimidad de su hogar, pudo haber permanecido indiferente a la sabiduría que emanaba de su espíritu.
La palabra, que él dominaba de manera excelsa, es la antecesora del pensamiento, es la articulación misma de la creación y Modesto Collados la ejercitó largamente en una vida intelectualmente prolífica; de ello dan cuenta la gran cantidad de obras que publicó, desde las poesías de juventud escritas cuando era estudiante, hasta sus ensayos culminados por esa obra maciza que revela su comprensión del pensamiento y la acción material del siglo XX, Vigencia y dolencias de la cultura occidental, publicada en 1988.
Al releer su obra escrita, una mirada al siglo XX, encontramos esta declaración en el epílogo general que resume su pensamiento y su legado: “Dediquemos la energía intelectual que dilapidamos en torno a las Revoluciones francesa en el siglo XIX y a la rusa en el siglo XX, a construir en el siglo XXI, una nación madura, un país, lógico y técnico, libre ya del mito de las revoluciones”.
Desde su graduación como ingeniero Modesto Collados tuvo una larga trayectoria en el quehacer nacional, consiguiendo logros tan importantes como la concepción y, posteriormente la implementación material de un ministerio de Vivienda, institución que para todos nosotros hoy es un referente que no podríamos separar de la actividad de todos los días. Alguna vez le dijo al Presidente Frei Montalva que él trabajaba solamente dos horas al día y el resto a pensar, eso le valió ser nombrado ministro de Obras Públicas al poco tiempo después.
Luego, ocupó muchos cargos relevantes en la vida nacional, tanto en el ámbito gremial donde fue Presidente de la Cámara de la Construcción y Presidente del Colegio de Ingenieros, donde fue elegido en una acción sin precedentes donde se logró que una cantidad importante de ingenieros participaran en las elecciones.
En el Colegio de Ingenieros ejerció un liderazgo fundamental entregándonos una senda definida y clara en una época convulsionada de la vida nacional. Estos cargos hubo de abandonarlos en plena función para atender cada vez tareas de estado, como ministro en Obras públicas y luego en Vivienda donde asumió dos veces y como ministro de Economía y posteriormente como Consejero de Estado hasta encargarse de la construcción del Congreso Nacional en Valparaíso en distintas administraciones. El ejercicio de estos cargos no le impidió llevar acabo, además, una prolífica actividad empresarial en la construcción.
Naturalmente, esta trascendental actividad le generó un amplio reconocimiento de todos los sectores, recibiendo una gran cantidad de distinciones, entre ellas, el Premio Nacional de Ingeniería otorgado por el Colegio de Ingenieros.
Sin embargo, su amor más profundo fue la actividad intelectual, el pensamiento puro, la filosofía, las matemáticas y, en especial, la geometría fueron el centro de su interés durante toda su vida, es así como incentivó la creación y el ejercicio de estas actividades en los jóvenes, para ello creó el Premio al Talento Matemático para lo cual legó una cierta cantidad de dinero para premiar a aquéllos jóvenes que lograran resolver algún problema matemático o geométrico, uno cada año, no solamente con capacidad racional sino también con belleza de pensamiento.
Este premio lo entrega cada año el Colegio de Ingenieros como mandatario de su legado.
Si buscamos unas palabras de despedida para este hombre ejemplar, para entregarlas a su familia, a su esposa Nelly Baines que lo acompañó con sabiduría y una profunda y callada inteligencia, a sus hijos que son frutos valiosos como su vida, quizás nos debamos detener en su propia cita de Baudelaire, poeta a quién admiró y estudió con profundidad:
Oh, muerte, capitana, es tiempo ya: ¡levemos!
Este país nos pesa, oh muerte: ¡aparejemos!
Si negros como tinta son el cielo y el mar,
¡Tú conoces nuestra alma y la ves irradiar!
Así le damos nuestro adiós, tristes, pero llenos de agradecimiento por haber compartido su vida y sus logros con nosotros.