Al leer las columnas de Mario Waissbluth de Educación 2020 en diversos medios denunciando lo que el denomina el apartheid educativo de Chile, no pude sino empatizar con su contenido, identificarme con sus palabras y motivarme, aunque sea modestamente, a compartir en este espacio mi experiencia personal y una opinión.
En efecto, si bien este gobierno se ha hecho cargo de algunas demandas estudiantiles y a su vez la reforma tributaria incorpora un pequeño estímulo para sectores medio altos al dar un crédito fiscal contra impuestos a quienes ganen menos de un millón y medio de pesos mensuales, el tema de fondo supera con creces estas medidas. Waissbluth ha puesto el dedo en la llaga. Chile es un país segregador y el modelo educativo prevaleciente solo acrecienta esa situación.
Yo he sido afortunado.
Mi padre estudió en un colegio público de un remoto pueblo argentino antes de llegar a Chile en la década del 50. Mi madre estudió en un liceo público de Santiago y luego en la Universidad de Chile. Con esas herramientas apostaron por la educación de sus hijos, y en una época convulsa como era el año 1972 ingresé al que hoy es un exclusivo colegio pero que en ese entonces no le precedía la misma reputación, el colegio internacional Nido de Águilas, en los faldeos cordilleranos de Lo Barnechea, cuando Santiago llegaba hasta Estoril y La Dehesa era solo un fundo. Era un colegio laico bilingüe donde conviví e hice amigos.
Mis amigos eran hijos de profesores y funcionarios del propio colegio a quienes se les becaba. También había hijos de diplomáticos y de funcionarios de empresas extranjeras que eran trasladados a Chile, así como los hijos de los marines a cargo de la seguridad de la embajada de EEUU, y muchos jóvenes extranjeros que de ABC 1 no tenían nada. Tuve amigos hijos de soldados rasos y amigos hijos de embajadores.
Piense el lector que ser destinado a Chile por esos años no era precisamente un premio.
Lan Chile volaba a EEUU en unos vetustos Boeing 707 uno de los cuales llamaban “la zulianita”, nombre de una telenovela de la época y que cayó cerca de Ezeiza en Buenos Aires, y la única alternativa era la extinta aerolínea Braniff.
El aeropuerto de Pudahuel era un modesto hangar. No había internet, ni grandes empresas de telecomunicaciones. El correo era vital y Chile quedaba en las antípodas del mundo desarrollado tardando las cartas más de 10 días en llegar. Quien era enviado a Chile, era casi un misionero o había sido virtualmente exiliado del servicio diplomático de su país o de la empresa en que laboraba.
De allí que aquel “exclusivo” colegio lejos de segregar incorporó en mi formación la conciencia por la importancia de la diversidad y la tolerancia. Su formación era similar a la de un colegio público de EEUU. Mis compañeros no solo tenían distintas nacionalidades y religiones por ser un colegio internacional, sino también diversos orígenes y realidades sociales. Ciertamente de redes sociales mi colegio poco aportaba.
Con esa formación ingresé a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, y el mundo diverso que había conocido en mi etapa escolar se agrandó ante mis ojos.
Mi facultad incorporaba estudiantes de todo Chile con realidades económicas mucho más heterogéneas. Muchos vivían en pensiones universitarias y estudiaban con grandes esfuerzos y sacrificios. Así claramente se trataba de una facultad que integraba y no segregaba aportando a cada estudiante herramientas para, en base a sus méritos, alcanzar los objetivos que sus padres -tal como el mío- nunca pudieron aspirar para sí.
Por ello, cuando Waissbluth afirma que el actual modelo educacional implica que los padres -que pueden- no están “comprando una mejor calidad académica, sino que mejores compañeros desde el punto de vista del capital cultural y las redes sociales de sus familias”, dice una gran verdad.
¿Como entonces enfrentar esa realidad en un Chile que ha cambiado tanto desde los años de mi educación escolar? Los odiosos rankings poco ayudan. Los oscuros procesos de selección de muchos colegios tampoco contribuyen.
Aun recuerdo un colegio al que preliminarmente postulé a uno de mis hijos que exigía llenar una ficha donde consultaba por los bancos en que mantenía cuenta corriente y los Clubes a los que pertenecía o de los que era socio.¿Podría haber postulado y ser aceptado un niño cuyo padre no cumpliera satisfactoriamente con esos requisitos?
En este sentido un buen ejemplo de un modelo distinto -tal como lo fue mi colegio en su tiempo- lo constituye el Instituto Hebreo. Dicho colegio no selecciona sus alumnos.
Por el contrario cumple una importante rol social en la comunidad judía chilena ya que cualquier miembro de la misma puede estudiar en el, con prescindencia de su capacidad económica. De hecho algo que casi nadie sabe es que el 75 % de su alumnado es becado por la propia comunidad.
Así, el mito de la capacidad económica e intelectual que muchos tienen de la comunidad judía y sus miembros probablemente responde en gran medida a la labor formativa que cumple el Instituto Hebreo.
En el se integran jóvenes de las más diversas realidades, incluidos jóvenes con discapacidades junto a hijos de importantes empresarios y destacados profesionales. Esa amalgama de realidades se traduce en que dicho Colegio en promedio no es de los más destacados en los rankings de PSU y Simce, pero sistemáticamente sus alumnos ingresan a destacadas universidades y “produce” en consecuencia, generación tras generación de profesionales.
Ello reafirma la convicción que la clave para avanzar hacia una sociedad más justa y menos segregadora está en la educación. De allí, que la educación sirva de ecualizador social y no, como lamentablemente ocurre en Chile, de herramienta para solidificar la segregación social.
Si lo anterior ha sido posible de realizar al interior de una pequeña comunidad ¿porqué debemos descartar un modelo de educación más inclusivo y no seleccionador en nuestra gran comunidad nacional? Para ello no solo se requieren recursos, sino que una mirada a la problemática educacional y social de nuestro país distinta a la que ha imperado a lo menos desde 1973.
En ello, Mario Waissbluth y Educación 2020 tienen mucho que aportar y los chilenos tenemos mucho que reflexionar y una gran deuda por pagar.