Hace algunas semanas, escribí un artículo donde proponía que los empresarios antes de asumir en una empresa, deberían realizar un juramento público, donde se comprometieran a que el resultado final de su esfuerzo, liderazgo y conducción, además de generar trabajos, recursos, ganancias, bienes y servicios, estuviese dirigido finalmente hacia el bien personal y público a la vez.
Y esto no por la acción empresarial en sí misma, sino porque cualquiera tarea que implica un impacto directo sobre otras personas, en el ámbito social, económico y cultural, debiera tener como brújula el sentido del bien. Más aun, cuando esta actividad se asienta en el campo del trabajo, que más que un derecho, es hoy una condición casi imprescindible, para permitir un proyecto de vida personalizador individual, familiar y comunitario.
Esto último, hace que la actividad empresarial, y por ende, la del empresario, se vea revestida de un inmenso poder sobre los demás, como es la de crear, otorgar, permitir, mantener y quitar, la posibilidad de trabajar a otras personas.
El ejercicio de este inmenso poder, como muchos otros, puede humanizar o deshumanizar a quien lo ejerce, y a sobre quien se ejerce, en un proceso de crecimiento o destructivo para ambos a la vez.
Si favorezco la humanización, me humanizo.
Si personalizo, me personalizo.
Pero sin las otras personas, tampoco puede el empresario trabajar, emprender y mantener su formidable tarea y rol en el desarrollo y felicidad de las personas, la comunidad, la del propio país, y hoy de muchos lugares y regiones en un mundo globalizado.
Y sólo esto, que parece un simple hecho, adquiere una complejidad abrumadora, generada en la aparición de la otra persona como parte de una red de relaciones de derechos y deberes contractuales, que indefectiblemente terminan por involucrar al ser completo e íntimo de cada uno de ellas, en el marco de una comunidad laboral y de quienes se relacionan de diversas formas con ella.
Pero donde un tejido de vínculos y decisiones pueden afectar profundamente el desarrollo y los proyectos de vida entramados de unos con otros, afectando a las libertades presentes y futuras asociadas a la menor o mayores posibilidades de hacer el bien,inexorablemente se funda esencial y definitivamente en lo ético.
¿Y cual es esa ética?
La ética empresarial del ganar(“win -win”), pero en la alteridad y la acogida de la persona.
Es decir, la ética fundada en la presencia de alguien definitivamente diferente, tan diferente como uno para el otro.El otro como una persona que espera en la libertad de su diferencia, que por el solo hecho de confiar mutuamente en pos de un objetivo común, como es el laboral, ser acogido.
Acogido como una persona que al igual que todas y como uno, siente, piensa, valora, y está llena de fantasías, temores, esperanzas,sueños y proyectos de un futuro mejor.
Esta acogida, donde anida la caridad, la bondad y la compasión, siempre implica la difícil tarea de ponerse en el lugar del otro, sin esperar que el otro lo haga antes que uno.
En esta ética, el empresario siempre será el primer responsable del otro y de todos los afectados y relacionados con la acción empresarial (en el presente y el futuro), siempre frente a todos (especialmente en el mundo de hoy, poderosamente interconectado), antes que esa o esas personas se hagan responsables de su persona.
Es decir, hay una asimetría primordial e ineludible en este extraordinario poder empresarial, en el más amplio sentido de la palabra, encarnado en el hacer mismo de los empresarios y la empresa en el mundo posmoderno de hoy.
El otro, donde radica el misterio del universo completo, (al igual que en uno), primero que uno, en la responsabilidad (“amorosa” finalmente) con ese misterio maravilloso, el misterio de su creación.
Es la ética donde la persona en la empresa no “es una impertinencia”, sino que funda su propia esencia.
Y si es así, en el esfuerzo de su práctica, el empresario en la búsqueda necesaria y legítima de la “maximización de utilidades”, podrá también aspirar (como todos), a ser un “hombre de bien”, y la empresa, “una empresa de bien”, que maximizará así, su valor sustantivo y fundante de su propia identidad, y “relato”.
Relato como frutos de la pasión y un sueño, de la hoy necesaria, épica empresarial.
Una gesta épica empresarial, pero fundada en el bien.
Le quedará claro entonces, que cualquier actividad que se enmarque en la corrupción, por el daño que genera pensar primero sólo en el beneficio personal a costa del daño del otro, vulnerará radicalmente esta ética profundamente personalizadora.
Y así también, nacerá la profunda convicción, de que tendrá siempre, una responsabilidad hacia al futuro de las personas, que se encarnará en las acciones sobre el medioambiente, la comunidad afectada y relacionada por el hacer de la empresa, junto con la educación de las personas trabajadoras o “colaboradoras”, sean o no futuros o futuras trabajadoras,y también sobre el prójimo, especialmente los que sufren y viven en las des- libertades de la pobreza.
Porque finalmente, “todos somos responsables de todos, ante todos, pero uno tiene la primera responsabilidad, antes que los otros”(especialmente empresarios y empresas).