“! Dios mío, Dios mío! , ¿Por qué me has abandonado?”(Mc. 15, 34)
La frase más terrible que se haya pronunciado en la historia del hombre, cada vez resuena con más fuerza en el mundo de hoy.
Creo que no hay nadie que alguna vez no la haya gritado al cielo esperando una respuesta.
Pobres, enfermos,hambrientos, torturados, marginados, presos, abortados, los que sufren, quienes perdieron a alguien que aman, levantan su cara al cielo y gritaron al unísono con horror y congoja al Cristo Jesús del madero, hecho de sangre y agua.
También lo hacen en el silencio más profundo de su corazón, y sin poder escucharse, torturadores, asesinos, los que practican la violencia, los que niegan la humanidad del otro sin bondad ni compasión.
Aun así, es el mismo Jesús el Cristo, quien en su agonía y dolor implora “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”(Lc.23,24).
Ese es el perdón, del amor y el dolor absoluto, donde se regala sin el arrepentimiento ni la solicitud del otro.
Sólo se entrega con cariño que parece, (y es), divino, pero humano a la vez.
Y en el abandono y la soledad abismal que sólo una muerte terrible que desgarra una humanidad entera, con la angustia frente a la nada, muere Jesús el hombre, mueren los pobres, mueren los poderosos, mueren los ricos, mueren los asesinos, muere el hombre en toda su desnudez y fragilidad.
Y algo de Dios muere, sin morir a la vez.
Pero antes del silencio aterrador, en ese instante, es el mismo Cristo el Jesús, quien grita con el último esfuerzo del hombre y Dios moribundo, cuando ve que se le va la vida y ya pierde la conciencia, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc.23, 46), yes Dios, el mismo Cristo Jesús, los que lloran, y Él que llora con la humanidad entera.
Es el dolor del que es hombre y todo Dios, que es Dios y todo hombre.
Lloran Dios y el hombre, el hombre y Dios.
Sigue uno sorprendido frente a este hombre, y Dios revolucionarios.
Nunca hubo un hombre semejante, con este amor a los hombres y confianza en Dios, su padre.
Nunca hubo un Dios semejante, con tanto amor a su hijo y a los hombres.
Y la frase de la redención cubrió a la humanidad.
“Verdaderamente, éste era Hijo de Dios” (Mt.27, 54).
Era el Cristo Jesús que se sentó tranquila y acogedoramente con los leprosos, con los delincuentes, con las mujeres sufrientes, con las prostitutas, con las mujeres que amaban.
El Cristo Jesús del perdón, del dolor, del amor y la esperanza.
Porque en virtud de la fe de los que creyeron y de los que no creyeron también, en virtud del amor de su Padre, resucitó de entre los muertos en la “Pascua de Resurrección”.
Y es el mismo Cristo Jesús resucitado el que camina cariñosamente a tu lado, al lado de todos, en el silencio de esas tardes otoñales llenas de luz, cuando uno siente que la vida merece ser vivida junto a los que uno ama.
Miro con cuidado a mi lado.
Miro con cariño a quienes me rodean.
Miro lo que no veo.