Hace un tiempo escribí que los chilenos no nos merecíamos los obispos que supuestamente nos guían en la actual Conferencia Episcopal de nuestro país. Hoy esas palabras me golpean aún más. Parece majadero estar constantemente confrontando a una iglesia de la que soy parte y de la que participo activamente, sin embargo, siento que aún siendo un católico más, tengo el deber de gritarle a los cuatro vientos y clamar a Dios que por favor cambien a estos hombres y vengan otros que nos inspiren a seguir el testimonio de Jesús. Se necesitan cambios radicales.
Los escándalos de abusos sexuales en la iglesia chilena no dan tregua y las conductas de nuestros obispos no terminan de impactarnos. Es como si toda esta tragedia cayese en oídos sordos. De nada sirve que se hable de un protocolo para ayudar a las víctimas de abusos si todas las víctimas se sienten la última prioridad de los obispos. De qué sirve llamar a desterrar para siempre de la iglesia el tema de los abusos, si lo único que se hace es seguir encubriendo y haciendo cambios cosméticos. De qué sirven los signos con los que la iglesia ha evangelizado a través de los siglos si los únicos signos que dan son la falta de humildad. ¡Dónde están nuestros pastores!
Botones de muestra sobran. Tanta esperanza que teníamos en monseñor Ezzati y aquí seguimos, a casi un año y medio de su nombramiento, pegados discutiendo las mismas cosas que en tiempos del gobierno del cardenal Errázuriz que acuñó una de sus frases célebres: “Gracias a Dios en Chile son poquitos los niños y jóvenes abusados por sacerdotes”.
Después del escándalo, Karadima sigue sin un lugar permanente de residencia como lo mandó el Vaticano, nada aún sobre la visita apostólica a la Pía Unión Sacerdotal ordenada por el Vaticano y a todo esto, Karadima vive a su modo su “retiro de penitencia y oración”. Los cuatro obispos Horacio Valenzuela, Juan Barros, Andrés Artega y Tomislav Koljatic, todos testigos y encubridores de abuso, siguen a la cabeza de sus diócesis sin apuro alguno. Sigamos con el obispo Manuel Camilo Vial y sus lamentables dichos sobre una niñita de 13 años -violada y obligada a abortar por un sacerdote que él movió de diócesis y terminó violando a dos más- Vial dijo que no sabía que tenía que denunciar algo así ya que en esos tiempos (los ’80) no había protocolos para estos casos.
El obispo Fernando Chomalí, que sabiendo todo sobre los abusos se negó a recibirme y a oír mis pedidos de ayuda para nosotros durante el caso Karadima. Su respuesta: “Me tupí”. Muchos vimos esta semana la frialdad en la cara del obispo Cristián Contreras de San Felipe cuando La Red trató que se refiriese a una de las víctimas de sacerdotes de su diócesis. Sigamos con las acusaciones al obispo Gonzalo Duarte de Valparaíso y a varios miembros de su clero local. Con esto ya tenemos un número significativo de obispos de la Conferencia Episcopal que están en entredicho por sus acciones, son investigados o siguen encubriendo.
Hoy se suma el doble estándar de estos “líderes morales”, que por un lado nos llaman a la vida, a alejarnos de la tentación y gritan desde sus púlpitos contra la inmoralidad de la sociedad en que vivimos. Sin embargo, cuando a un joven homosexual le dan una paliza brutal, un muchacho que no le hizo mal a nadie y que conmueve al país por la brutalidad del acto, somos muchos los católicos los que les gritamos: ¡Por favor digan algo!
Hasta el domingo 25 de Marzo -después de tres semanas del brutal crimen- monseñor Ezzati no había dado señales de apoyo a la familia. Lo sé porque estuve con ellos ese día y me lo dijeron. Al término de la “velatón” la gente clamaba a nuestros pastores, no sólo católicos sino que evangélicos también, que fuesen a ver a Daniel y a su familia. Ezzati al día siguiente dio la orden, desde los festejos papales en Cuba, que un sacerdote fuese a visitarlos y que otro le diese la extremaunción. Demasiado tarde, Daniel murió ese martes. Me pregunto como un arzobispo de Santiago parte corriendo a dejarle chocolates a Karadima y no es capaz de tomarse un rato de su día para ir a ver a un muchacho inocente que se moría de a poco y que tenía consternado al país. Gestos.
Cuando se le criticó por ir a ver a Karadima y ni una palabra a sus víctimas, su respuesta fue la siguiente: “Hay que actuar como Jesús, tendiendo la mano” y agregó que las criticas “no me va a impedir estar cerca de los que sufren y los que buscan esperanza”. Salieron varios defensores de su clero que nos “educaron” en las labores del pastor. Creímos aprender… y luego esto. ¿Cómo se explica esto?
Los obispos están atrapados en una situación que ellos crearon y de la que no saben cómo salir. Día a día se hunden más. Como católico ¿Qué me gustaría para esta Semana Santa? Es hora de dar paso a tantos otros hombres y mujeres buenos que abundan en la iglesia y que tomen el timón de un barco que hoy está a la deriva. Un barco donde estos hombres no se dejen influenciar por el poder, el dinero y el honor y se pueda decir con claridad lo que hoy falta -alguien absolutamente clave- y que leemos en los cartelitos de muchas micros: “Dios es mi copiloto”.