Una explosión de consumismo es el preámbulo de estas fiestas de fin de año en el país.
Millones de personas entran y salen de malls cargadas de regalos que tienen de destinatario a otros tantos millones de niños que por tradición esperan un juguete caprichoso por el que han escrito cartas llenas de emotividad a un personaje del imaginario que viste de rojo con barba blanca y que curiosamente su apelativo es femenino, a pesar de ser un anciano “intercesor” de sueños e ilusiones, don Santa Claus.
Esta práctica religiosa ha sido también introducida en algunos sectores del mundo mapuche y no son pocos quienes también celebran esta festividad navideña que ha sido por años la referencia espiritual de occidente destinada a los niños, aumentada con la publicidad de organismos y entidades que no desaprovechan la oportunidad de invadir las conciencias infantiles para así arrancarles las tradiciones religiosas ancestrales que mantiene como propias el pueblo mapuche, y donde obviamente no existe un pesebre con un niño salvador, ni pastores magos que ofrezcan regalos por caridad.
Un concepto navideño que ha causado mucho daño por cuanto se les quiere imponer una visión foránea, consumista y materialista que no es parte de la vida del mapuche.
Queda muy claro que la Navidad no es una celebración propia del mapuche, no es propia de la cultura del pueblo, más bien es parte de la colonización cultural donde ese concepto navideño que se ha impregnado dentro de la vida mapuche, se introduce donde más duele, que son los niños.
Esos mismos niños que diariamente sufren la arremetida de los organismos estatales armados llenándoles de gases lacrimógenos y con una lluvia de perdigones que lejos está de parecerse a fuegos artificiales y serpentinas como se estila esta fiesta en el mundo occidental.
En contraparte al árbol navideño imponente que engalana las vitrinas de los grandes centros comerciales de la ciudad, para el mapuche ese árbol está multiplicado por cientos de miles, por esas plantaciones de pino de las grandes empresas forestales que usufructúan de su territorio y que rodean sus casas que en postal se asemejan a un pequeño pesebre que queda en medio de ese imponente “bosque de pinos”.
Tampoco hay guirnaldas para ellos, menos algún adorno, solo en el imaginario podría verse esos verdes pinos “engalanados” con restos de bombas lacrimógenas y casquillos de balas que brillan en los campos del sur.
Esa es la navidad permanente que viven los niños mapuche, aquellos niños que su “play station” es la hoja de cuaderno donde dibuja su estrategia de defensa ante el policía que amenaza a cada momento con llegar a reprimirlos y a llevarse a sus padres y las bolsas de juguetes y regalos son las que logran llenar con los restos de munición esparcidas en sus patios.
Y las cartas que escriben no son a ese señor Claus, ni menos las escriben con una sonrisa, son líneas que hacen con impotencia, con dolor y con un clamor generalizado pidiendo que se termine la represión y el trato vejatorio que reciben cada día. Eso es lo único que piden para ser felices.
Hoy, al terminar de escribir esta columna se ha dado a conocer una resolución judicial en Temuco donde se resuelve que carabineros, la policía militarizada que opera en el sector de Ercilla, no deberá usar más gases lacrimógenos en ataques a viviendas y que se les prohíbe el uso de la violencia contra ancianos, mujeres y niños.
Si bien es cierto uno se alegra (con un dejo de sospecha) ante esta resolución, también es testigo de ver a qué extremos llega el trato discriminatorio hacia el pueblo mapuche.
¿Por qué debe llegarse a una resolución judicial para que se deje de violentar físicamente a niños, mujeres y ancianos?
¿Acaso eso no tiene que ver con el sentido común de quienes actúan como celadores del orden y seguridad de todos?
¿O es que esa práctica de atropello criminal contra los derechos humanos de los más desprotegidos está amparada por las directrices de quienes ostentan el poder y que hipócritamente hacen alarde de un estado de derecho igualitario?
Solo espero que ese lucero luminoso que alumbra el territorio al sur del Bío Bío sea muy parecido a esa estrella de Belén que se dice que trae Paz y Amor, y que mientras algunos festejan con algarabía el destape de regalos y abrazos escudándose en que ha nacido un niño, no debe olvidarse que allá viven esos niños mapuche que ya han nacido y que necesitan la esperanza de una vida en libertad.
Que no necesitan regalos ni reyes magos, que desean que saquen todos esos pinos que no adornan su navidad y que los dejen recibir el haz luminoso de su lucero estrella de Libertad.