Amnistía Internacional se creó hace 50 años, cuando Peter Benenson, un abogado inglés, supo del caso de unos jóvenes en Portugal que fueron encarcelados debido a que brindaron por la libertad.
Él sintió la necesidad de hacer algo al respecto y publicó un artículo en un periódico llamando a la gente a actuar. Fue tan masiva la respuesta, que derivó en la formación de un movimiento, que ha ido progresivamente creciendo hasta tener hoy más de 3 millones de miembros y simpatizantes en más de 150 países.
50 años después, me surgen dos reflexiones relevantes.
La primera, es una cierta sorpresa al ver que las violaciones a los derechos humanos siguen tan presentes como antes, en Chile y el mundo.
El caso de Portugal ya quedó en la historia, pero hoy conocemos casos como el de Filep Karma, condenado a 15 años de cárcel en Indonesia por izar una bandera de la independencia papú. Este hombre no cometió ningún acto de violencia ni abogó por la violencia, simplemente expresó su opinión a través de una bandera.
Ahora, pensando en lo que sucede en Chile, aquí ya no se producen violaciones de derechos humanos como las que sucedieron entre 1973 y 1990, pero eso no significa que los derechos humanos sean algo del pasado.
Siguen presentes muchísimos temas que implican vulneraciones a los derechos humanos, como las reclamaciones de pueblos indígenas, las alegaciones persistentes de violencia policial en el contexto de manifestaciones, la discriminación racial o por orientación sexual, siendo la noticia de la niña discriminada en su colegio en Viña del Mar por tener dos madres, uno de los casos más recientes.
Puede que cambien de forma y de énfasis, puede que haya algunos avances y otros retrocesos; pero, en definitiva, hoy no existen países que puedan declararse libres de violaciones o abusos a los derechos humanos. Existe mucho trabajo por delante para obtener el pleno respeto y protección de lo humano en el mundo.
La segunda reflexión es el lado positivo de esta misma historia: el poder de las personas para cambiar el mundo.
Un ejemplo: Amnistía Internacional cada año en diciembre realiza una “Maratón de Cartas” por un grupo de personas víctimas de violaciones a sus derechos humanos en diferentes partes del mundo.
El año 2010, se escribieron más de 636.000 llamamientos y mensajes de apoyo, de personas en más de 50 países. Esto derivó en que en que al menos 7 personas tuvieron mejoras en su situación: fueron liberadas, se sintieron apoyadas, obtuvieron algún tipo de protección para ejercer sus derechos.
Otro ejemplo: el año 2010, con el inicio de la llamada “primavera árabe”, podría recordarse como un año decisivo en que activistas y periodistas usaron las nueva tecnologías para alzar su voz contra el poder y, con ello, ejercieron presión para lograr un mayor respeto a sus derechos humanos.
Como alguna vez me dijo mi padre, la realidad es que las personas se comportan mejor cuando saben que las están mirando. Esto es cierto también para los gobiernos y demuestra el poder que tiene la información, la presión que genera que se conozcan ampliamente las violaciones de derechos que se cometen.
El poder que tiene visibilizarlas, traerlas a la luz. En este sentido, si algo hemos aprendido en 50 años es que en materia de derechos humanos sí es posible hacer que las cosas cambien, pero todavía quedan muchas que necesitan cambiar.