Tuve el privilegio de conocer muy directamente a don Jorge Hourton, a fines de los años 70, en plena dictadura militar, cuando fundamos el Servicio Paz y Justicia en Chile (Serpaj), una comunidad laical de lucha no violenta a favor de los derechos humanos.
Junto al entonces Obispo Enrique Alvear, escuchamos sus primeras reflexiones en el inicio de Serpaj Chile respecto de la No Violencia Activa como fuerza evangelizadora de la Paz.
Alvear y Hourton nos acompañarían por muchos años, entre 1976 y hasta avanzada la transición.
Colaboradores directos del querido Cardenal Silva Henríquez, eran nuestro puente preferido con la Iglesia de los pobres y estos hermanos Obispos se levantaban como la “voz de los sin voz”.
Monseñor Hourton era un hombre cálido. De trato afectuoso y mirada incisiva. Nunca tuvo estampa ni talento de agitador pastoral. Su reflexión era profunda, inconmensurable.
Su voz, aunque suave y delicada, era firme y poderosa. Recordamos con cariño sus hermosas homilías, precisamente sembrando esperanzas cuando la muerte y la represión rondaban por sobre nuestras cabezas.
Las “armas” más temidas de Monseñor Hourton eran sus lápices y tal vez una vieja máquina de escribir, aunque me consta que más bien escribía mucho en papel.
Sus artículos, columnas de opinión en diversos medios alternativos e incluso –a veces- en la prensa escrita conservadora, siempre –pero siempre- sacaban roncha a la dictadura.
Removía sus entrañas. Incomodaba al poder. Decía las cosas con tanta claridad, que no había manera de desmentirlo. La voz de Jorge Hourton, como la de Alvear y Silva Henríquez, entre varios sacerdotes de esos años, era lo más temido por el régimen militar.
Don Jorge acompañó a Serpaj Chile con pasión y afecto. Siempre lo tuvimos a nuestro lado, en nuestros cursos, seminarios, encuentros nacionales e internacionales.
El escribió muchos artículos para nuestras publicaciones y compartimos también, en muchas ocasiones, una mesa de amistad como también momentos de tribulación y angustias por Chile.Pero él siempre puso, con una eterna y suave sonrisa, una idea de esperanza.
Damos a gracias a Dios por el regalo de este Obispo por el cual nos sentimos orgullosos de la Iglesia que tuvimos durante la dictadura militar.