Ha culminado una nueva Teletón. Con éxito, como siempre. Una buena causa, en un área –la rehabilitación integral de niños y jóvenes que sufren enfermedades varias, invalidantes- y cuya existencia, propósitos y resultados los quisiera tener cualquier país del mundo.
Por cierto, la Teletón no está exenta de críticas, pero, objetivamente, no se pueden objetar y rechazar todos los medios a que recurre, sus resultados y el uso que da a los recursos financieros que obtiene, que la han llevado a constituirse en una gran obra.
En esta ocasión solamente quisiera proponer una interpretación no necesariamente novedosa pero integrada, con la intención de ayudar a develar las claves de su éxito, que son varias. Además, todas ellas en una acertada conjunción.
En mi opinión el éxito de la Teletón puede explicarse por la inteligente conjunción de los siguientes factores: desde la economía, las empresas, el mercado y el beneficio o lucro; desde la política, un atisbo, breve, de unidad; desde el liderazgo social, un líder popular; desde las comunicaciones, la entretención masiva; y, por último, desde el ámbito de los valores, el ingrediente de la gratuidad, del don.
Por supuesto, las empresas organizadoras y los grandes aportantes a la Teletón tienen claro que conviene a sus intereses económicos participar y aportar el máximo posible a los recursos financieros que se pretende reunir. Ello les otorga una gran y positiva visibilidad.
Así, las empresas comerciales, de todos los tamaños y rubros, saben que estar en la Teletón les ayuda a obtener publicidad, vender los productos y servicios que ofrecen a los consumidores, les confiere una presencia y perfil amable ante el público y les permite posicionarse, mantener o incrementar sus posiciones en el mercado.
Desde la política –especialmente en estos tiempos en que está tan desprestigiada y es rechazada- provee de un espacio de unidad en que no se note tanto lo de siempre de esa actividad: la dura lucha por el poder.
Así, todos o casi todos se pliegan desde la política a una campaña en que las intensas divisiones político-partidista-ideológicas pueden ocultarse – al menos por uno o dos días.
Asociado a lo anterior, existe el liderazgo social de una figura carismática, instalada, respetada, su principal animador, quien es uno de los chilenos más conocidos en nuestro país y más allá de nuestras fronteras: el señor Mario Kreutzberger B., “don Francisco”, como es conocido popularmente.
De otro lado, muy central al modus operandi y al éxito que se obtiene, está el hecho que se utilizan los medios de comunicación modernos, masivos, especialmente más no exclusivamente, la televisión, para llevar la campaña adelante, desde el inicio hasta su culminación.
No de cualquier manera además, sino que utilizando intensamente la denominada farándula, esto es, la entretención liviana provista por artistas de todas las disciplinas, tales como cantantes, músicos, animadores, opinólogos, vedettes, etcétera.
Por último, aunque me parece que no en importancia, está el ingrediente fundamental, el sentimiento del amor, en todas sus expresiones, sean simples y emotivas hasta las lágrimas o fundado en más profundas convicciones acerca del valor de la solidaridad, la generosidad, el compartir, expresar compasión eficaz con quienes sufren las discapacidades que la Teletón atiende.
Esa gratuidad o don es la que lleva a muchas personas y familias, incluso de escasos recursos, a aportar algo de dinero a lo que se considera una gran obra, orgullo de los chilenos. Esto último, uno de los pocos orgullos compartidos que tiende a subsistir entre nosotros, dicho sea de paso.
La conjunción de esos factores, racionalidades y lógicas distintas, no siempre posibles de conciliar, configura un círculo que termina siendo percibido como virtuoso y explica, a mi juicio, el éxito de la Teletón en todos estos años de su ya larga historia.