Estamos a pocos días de reeditar un capítulo más de la colecta nacional más grande de Chile. A medida que se acerca el evento central, asistimos en paralelo a un sinnúmero de acciones, declaraciones y hechos noticiosos que pretenden resaltar lo solidario que, se supone, es nuestro país.
Programas especiales, reportajes de prensa, comerciales invitándonos a consumir aquellos productos que “apoyan a la Teletón”, nos hablan de las actitudes heroicas de quienes, como verdaderas excepciones a la regla, logran salir adelante gracias a la supuesta solidaridad, característica supuestamente común a todos los chilenos y chilenas, que ha permitido mantener en el tiempo la gran obra de la Teletón.
Sin embargo, muchos de los conflictos sociales que se dan hablan de una realidad distinta.
Por lo mismo, quiero aprovechar la oportunidad para reflexionar acerca de esa idea que pretende instalar como hecho cierto, el que Chile sea un país solidario, exponiendo de manera general, todo aquello que en mi parecer, dice exactamente lo contrario.
Para mí, un país solidario es el que estructuralmente opta por hacerse cargo de manera colectiva y a través de su ordenamiento jurídico de los temas que dicen relación con los derechos humanos básicos, consagrados en la declaración universal de derechos humanos, velando por el desarrollo de una sociedad más integrada e igualitaria, en donde todos y todas vivan con dignidad.
Es un país en el que nadie debe depender de la caridad privada, tan esquiva en tiempos de crisis, para resolver sus problemas más elementales, pues el colectivo dispone de una serie de medidas y dispositivos sociales para hacerse cargo de esos problemas, o simplemente, para que ellos no existan.
Un país solidario, por ejemplo, es aquel que opta por mantener un sueldo mínimo que permita a las familias cubrir sus necesidades básicas sin tener que recurrir al sobreendeudamiento, con el que, incluso cuando de su consumo básico se trata, los grandes empresarios puedan hacer su utilidad.
Un país solidario es aquel en que los beneficios del aparato productivo, son repartidos entre los que aportan el capital, los medios de producción y el trabajo de manera más equitativa y en donde los sistemas de salud y educación pública suelen ubicarse entre los mejores disponibles y no son, como en nuestro país, los responsables de reproducir y acrecentar las diferencias sociales, generación tras generación.
Un país solidario se aboca permanentemente a disminuir la pobreza de manera estructural, no inflando de manera artificial los ingresos familiares mediante subsidios focalizados, ya que basta el más mínimo desastre natural o la menor de las crisis del capitalismo para que los que salen de la pobreza, gracias a ellos, vuelvan a reinstalarse entre los pobres, porque en realidad, no tienen herramientas para superar definitivamente su problema de marginalidad social.
De hecho, por eso, en los países que son de verdad solidarios, las utilidades promedio de las empresas son menos de la mitad de las que arrojan las cifras de nuestro país y los sueldos de los trabajadores, que incluso trabajan menos que en nuestra patria, tienen un poder adquisitivo significativamente mayor.
Por eso, en los países solidarios de verdad, no se necesiten teletones en donde los grandes empresarios salgan ofreciendo regalar una frazada por cada frazada que sus clientes compren, ni regalen una mínima parte de sus utilidades anuales para dar muestras de blancura, después de años de construir su riqueza a costa de pagar a sus trabajadores mucho menos de lo que vale su trabajo.
Por eso que los trabajadores de los países solidarios pueden, con sus mismos salarios y con la red de protección social del estado, financiada con una estructura tributaria verdaderamente solidaria, enfrentar no solo la discapacidad, sino también cualquier desafío que la vida les depare.
Quizá sea por eso que en los países de verdad solidarios, las cárceles se están quedando vacías y los pobres no roban cuando hay un desastre, porque pueden resolver sus problemas con lo que el ordenamiento jurídico de sus países les asegura.
De la misma manera, los que tienen, tampoco roban ni engañan a la sociedad falseando contabilidades o defraudando al fisco pues tienen cultura y se sienten parte integrante de un cuerpo mayor de la cual todos formamos parte.
Es cierto que en nuestra sociedad existen numerosas muestras de una subcultura solidaria, que permanece dormida, sobre todo en los sectores populares, y que se manifiesta en forma de ollas comunes y actividades solidarias, porque están acostumbrados a resolver por ellos mismos y de manera colectiva, lo que nuestro país no aspira a resolver de manera estructural como sociedad.
También es cierto que existen instituciones que aspiran a enseñar e instalar la caridad privada como herramienta fundamental para combatir la pobreza y el sufrimiento de los que menos tienen.
En todo caso, ninguna de ambas puede confundirse con todo aquello que, desde mi perspectiva, define a un país solidario, realidad de la cual, nuestro país, no puede estar más alejado.