Soy hincha de “la Católica” desde siempre.
A los 7 años adquirí mi identificación y cariño por este club, cuando concurría a ver jugar a uno de mis hermanos por las divisiones inferiores, específicamente por la entonces conocida como “cuarta especial”.
Esta división solía jugar de preliminar del primer equipo, en el inolvidable estadio Independencia.
Este Estadio estaba ubicado en uno de los entonces modestos barrios de Santiago y a él asistían personas de estrato alto, hoy día denominados “cuicos”, así como también gente de clase media y muchos hinchas de sectores populares.
Era la época en que los que crecimos en torno a la plaza Brasil, estábamos divididos principalmente entre los de “la Chile”, los “del Colo” y los “de la Católica”.
Sentados en los bancos de esa hermosa plaza, discutíamos vehementemente acerca de los atributos y superioridad futbolística de nuestro respectivo equipo, por cierto siempre mejor que la de nuestros rivales.
Naturalmente, teníamos que pasar la prueba de reivindicar con orgullo la última discusión tenida y/o recibir la enseñanza algo irónica, según nuestro equipo ganara o perdiera respectivamente cada fin de semana.
Aún más, había que estar preparado para el peor de los episodios, con la consecuente amargura y depresión pasajera, que consistía en ser despojado de un campeonato por los pies de tu archi-rival.
Al respecto, recuerdo con palmario dramatismo, la final que nos ganó el extraordinario “Ballet Azul” en el campeonato nacional posterior al mundial del 62 en nuestro país. (Claro que el 61 nos había tocado a nosotros).
Sin embargo, siempre solíamos terminar en un abrazo, gesto inconfundible de un hidalgo reconocimiento de la justa victoria.
Después seguíamos compartiendo la entretenidísima vida y las enigmáticas aventuras que nos deparaba la emblemática Plaza Brasil.
Es del todo evidente que las cosas han cambiado mucho, sí, han cambiado desgraciadamente demasiado.
Para abreviar el cuento, las otrora tan alabadas hinchadas “valientes”, “choras”, “aguerridas” y otros similares con la complicidad de muchos medios de comunicación y periodistas especializados, terminaron por convertirse en las tristemente conocidas “Barras Bravas”, con todas las implicancias que ello tiene, tantas veces comentadas y tan pocas veces (por no decir nunca) suficiente y drásticamente enfrentadas.
El ejemplo más paradigmático de lo que vivimos al respecto, que creo que habla por sí solo, lo constituye el hecho de que en diferentes barrios de Santiago y del país, una persona no se puede pasear con la camiseta de alguno de los clubes más populares, porque los “rivales deportivos”, no es que lo pifien o se burlen de él o hasta le puedan pegar, sino que simplemente LO MATAN.
Pero, lo que inspira de manera especial estas líneas, es mi convicción de que a pesar de los cambios socio-culturales y deportivos acaecidos en nuestro país entre los años 60 y la actualidad, no se pueden tomar decisiones y proponer procedimientos que, siendo de suyos inaceptables, además, pueden generar un efecto exactamente contrario al deseado.
La reciente decisión del club deportivo Universidad Católica (para efectos futbolísticos “Cruzados S. A”), en cuanto a impedir la entrada al Estadio San Carlos de Apoquindo este domingo a los hinchas del equipo rival, Colo-Colo, o en el mejor de los casos, “darle acceso a las entradas que sobren”, me parece una aberración deportiva, moral y social, cuando no una agresión a determinados sectores del país.
Entiendo perfectamente la preocupación de los vecinos del sector, dado que es un partido calificado de alto riesgo y habida consideración de los nefastos cambios en las conductas de los hinchas de clubes que hemos mencionado en los párrafos precedentes; sin embargo, eso no puede llevar a una actitud y decisión tanto o más provocadora que el comportamiento que pudieran tener las propias barras.
Sobre todo, cuando la Intendencia ha dado garantías de desplegar un dispositivo policial que da tranquilidad a todos los vecinos.
Más allá que los reglamentos o cláusulas de la ANFP consideren un marco legal para esta medida, sostengo que ella es absolutamente injusta, contraproducente y que puede sentar un pésimo precedente para el futuro.
En un país en que las profundas desigualdades se expresan cada día en nuevos ámbitos, lo que corresponde, precisamente, es hacer gestos y dar testimonio de justicia, solidaridad y de respeto a los derechos de las personas, por supuesto, con la debida exigencia de sus deberes.
El presidente de Cruzados S.A., el señor Jaime Estévez, quien ya sorprendió a mucha gente encabezando la posición de Universidad Católica frente al tristemente recordado episodio Mayne-Nicholls- Bielsa, nuevamente se presta para una decisión que tiene insoslayables responsabilidades para quienes las toman.
PROTESTO Y EXIJO UNA EXPLICACIÓN.
Ojalá mi club, Universidad Católica cambie a la brevedad esta posición.