La fuerte ola de movilización social que atraviesa al país ha terminado por marcar su historia presente. Su alcance temporal y espacial ha alcanzado magnitudes que la transforman en referencia.
Lo que ocurre en la sociedad ha comenzado a ser un componente clave de su propia representación, antes puramente fragmentaria y sin elementos unificadores.
Un malestar social se ha expresado y ha buscado hacerse visible en la Región Metropolitana pero también en diversas ciudades de Chile. No es solo la Educación la que ha aglutinado y ha hecho explotar manifestaciones, aunque haya cumplido un impresionante rol articulador.
Hace varios años, el sociólogo francés Alain Touraine señaló que Chile era una sociedad implosiva. De aquellas que durante un tiempo traga y guarda aquello que no le gusta.
Lo implosivo, si alcanza una magnitud puede superar la capacidad de carga que tiene una sociedad y cada persona y lo que está comprimido se comienza a liberar.
Hace ya un tiempo que en Chile se hablaba del malestar social. Esto lleva a recordar algo señalado por A. Hirschmann, economista norteamericano, con referencia a sociedades y economías que han estado en dinámicas fuertes de creación de riqueza e ingreso: el “efecto túnel”.
Durante un tiempo, las personas conviven con el movimiento de ascendencia y modernización que atraviesa la sociedad.
Lo que está ocurriendo con sus ubicaciones socioeconómicas relativas no constituye el problema principal a ser manifestado políticamente. Siguen centradas en el propio trayecto.
Pero ese efecto túnel termina y la realidad más general se hace visible y se puede transformar en intolerable para muchos, si se tiene la percepción de que los esfuerzos y beneficios se distribuyen de manera muy injusta y que se está del lado de los perjudicados y amenazados.
Se experimentan fuertemente, en medio de un trayecto que había significado mejoramiento y apertura de oportunidades y expectativas, las rigideces de la estructura social y económica y los bloqueos estructurales para un mejoramiento más decidido y sólido.
Es lo que puede ejemplificarse con que, a la vez, siete de diez estudiantes que entran a la educación superior sean primera generación y que cinco de diez no terminan.
Es el momento en que el grado de desigualdad se hace insoportable; se acaba la tolerancia a la diferenciación de oportunidades y beneficios.
En ese clima, en que emergen iras y rabias, implosivamente guardadas, actúa, también, un “efecto contagio”; la retroalimentación entre la manifestación de unos y la de otros.
La expresión colectiva devuelve destellos hacia sí misma, ensanchando sus posibilidades.
Esa realidad de efervescencia social, se encuentra con una clase política conservadora y deslegitimada; aunque sabedora de las desigualdades, acomodada a la inacción colectiva, en las alturas y despegada de la sociedad.
Esto puede representarse como una vasta humareda que circula en las partes bajas de aquella y se encuentra con un delgado y frágil tubo político-institucional para recepcionarla y procesarla en las instituciones existentes.
El humo se continúa acumulando en la sociedad. Los canales político institucionales carecen de la anchura de representación política a la altura de los requerimientos sociales; presentan demasiados límites ideológicos para asumirlos.
Esto tiene dos efectos principales. Por un lado, ayuda a la sociedad a fortalecerse, en tanto tiene más tiempo para madurar, para alimentarse a si misma y no ser fácilmente cooptada.
Por otro, puede generar un vacío socio-institucional para abrir un camino concordado de tipo amplio.
Si asumimos que en algún punto debe darse origen a un nuevo orden de cosas, ello nos habla de nuevos pactos socio-políticos que hagan visibles y expresen a los grupos sociales que han estado en esa situación implosiva, acumulando malestar y que ahora reaccionan ante una sociedad en extremo mercantilizada y privatizada, con mucho abuso, fuertes asimetrías de poder y poca democracia y transparencia.
Tal capacidad política debe, además, considerar que se actúa en medio de sensibilidades juveniles donde las orientaciones de “antipoder” son significativas y reaccionan frente a todo tipo de institucionalización representativa que amenace con enajenar el poder y burocratizar las decisiones.
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