Con ocasión de la Semana Santa, tuvimos la oportunidad de escucharlo prometer que antes que su mandato acabara, la indigencia sería derrotada en Chile. Los cerca de 640.000 chilenos que viven en esa condición pueden debatirse entre la esperanza que su situación de indigencia tenga fecha de término, y el indiscutible derecho a dudar que lo prometido se cumpla.
Son demasiadas las veces que han escuchado promesas de una mejor educación, una vivienda digna, un empleo decente, un ingreso ético, una salud de calidad. Con todo, tengo la certeza de que esos miles de chilenos están dispuestos a confiar una vez más. Si algo saben mejor que nadie es tener esperanza.
Las familias que viven en campamentos en nuestro país y los que tenemos el privilegio de trabajar con ellas, nos alegramos también de sobre manera con el anuncio que Ud. ha hecho. Nos alegramos porque la indigencia más dura se encuentra en los campamentos. Por tanto, comprendemos con expectación que todo combate serio a la indigencia, pasa por enfrentar la situación intolerable en que viven las familias chilenas de campamentos, y acabar de una vez que con lo que ellas soportan hace ya demasiados años.
Superar la pobreza en general y la indigencia en particular no es solo un asunto de ingresos.
Eso sería relativamente fácil y alcanzable, pero sería sólo momentáneo. Necesitamos condiciones que aseguren que salir de la indigencia es un camino sin retorno. Transferir ingresos no asegura eso. Sí lo asegura la creación de condiciones estructurales que sustenten ese éxodo desde la exclusión hacia la integración en las redes de oportunidades.
Una vivienda digna—una “vivienda ética”—es una condición sine qua non para combatir la vulnerabilidad persistente en que viven tantos chilenos.
Su anuncio es no solo importante, sino muy oportuno pues indica la prioridad nacional en los chilenos más pobres entre los pobres. En materia de vivienda, esto significa concretamente que las más de 30.000 familias que viven en campamentos a lo largo de Chile, no quedarán desplazadas por las legítimas necesidades de las familias damnificadas del terremoto, que siguen esperando una solución a sus necesidades.
Ya antes de sus palabras era incomprensible que quienes viven en campamentos tuvieran que seguir siendo postergadas. Peor aún: no se podía comprender por qué los recursos regulares asignados al Fondo Solidario de Vivienda I, estuvieran siendo desplazados para atender la reconstrucción post terremoto.
Señor Presidente, las familias de campamentos viven damnificadas no hace un año, sino hace 10, 20 y hasta 30 años: viven un terremoto permanente.
La promesa que Ud. hizo hace perfecto sentido en un país miembro de la OCDE, cuyo ingreso per-cápita se ha duplicado en los últimos 20 años. No hay excusas, los recursos están. Es por tanto moralmente injustificable que pudiendo dar solución a la indigna e indignante realidad de los campamentos, no lo hagamos. Solo falta voluntad política y liderazgo. Y Ud. en ello cumple un rol irreemplazable.
Una última cosa, Señor Presidente. Si la inmensa mayoría de quienes viven en campamentos son indigentes, ¿cómo podríamos proclamar verdaderamente como país el triunfo sobre la indigencia si no hemos acercado una solución concreta a los que aún viven en campamentos? Sería un logro demasiado fácil de contradecir en los hechos. Ni Ud. ni nadie podría querer que ello ocurra.