En estos tiempos en que se debate respecto de la despenalización del aborto, se escuchan copiosas aclamaciones femeninas en nombre de la autonomía, los derechos propios de las mujeres, la capacidad de decisión individual, la propiedad del cuerpo, la libertad personal, el empoderamiento, la elección y opción particular.
Con ello, las mujeres ¿nos estamos apropiando realmente de nuestros cuerpos? o ¿seguimos siendo víctimas -inconscientemente manipuladas- de agentes externos que se esconden tras nuestras polleras?
El tema del aborto provocado, aparente bandera de lucha femenina que reivindicaría derechos propios de las mujeres, no hace más que incentivar nuevamente la intervención de la sociedad, del Estado, del legislador y de cuanto opinólogo hay, sobre el cuerpo femenino.
Lo sorprendente es que en el caso específico del aborto provocado, sería esta misma aparente reivindicación de la mujer -y la promoción de un acto quirúrgico sobre su propio cuerpo- la que sin saberlo la sigue inmolando, enmascarada en la premisa del buen uso de sus libertades. ¿De qué libertades estamos hablando? Esta apariencia de posicionamiento femenino refleja y erige una nueva forma de invisibilización masculina en materia de fertilidad y concepción.
El embrión humano se constituye luego de un proceso biológico llamado embriogénesis desde que ocurre la fecundación, vale decir, la fusión de los gametos masculino (el espermatozoide) y femenino (el óvulo) y se forma el cigoto o huevo. Entonces, parece ser que “el hombre macho algo aporta”.¿O acaso su cuerpo es un bien privado?
A partir de la década de los sesenta, al introducirse la anticoncepción hormonal femenina y los dispositivos intrauterinos, si bien permitió a las mujeres regular su propia fertilidad, también desplazó a los hombres de las políticas de salud reproductiva, invisibilizando su participación en la concepción de los hijos y con ello, contribuyendo permisivamente a que muchos machos no asuman las consecuencias de su fertilidad, al no ser incentivados a regularla. Las mujeres siguen cargando -y las políticas regulatorias- sobre su cuerpo con el peso de la concepción, el embarazo, el parto, el puerperio, además de todos los innumerables efectos adversos e incomodidades derivadas del uso de terapias hormonales, llevar un dispositivo en su útero, o someterse a una esterilización quirúrgica.
Antes de hablar de aborto, debe darse transparencia a la reproducción masculina, contribuyendo a que el hombre tome conciencia de su protagonismo en la paternidad, el empoderamiento de su cuerpo, el reconocimiento de sus deberes y el posterior involucramiento en el cuidado, sacándolo del cómodo espacio de observador, ajeno a lo que sigue siendo la intervención sobre el cuerpo femenino.
¿Por qué el aborto y no la intervención en el cuerpo del hombre semental?Se vuelve imperativo entonces -en un clima de debate respecto de la legalización del aborto- el introducir programas de anticoncepción masculina, incluyendo métodos quirúrgicos como la vasectomía como método de esterilización masculina.
Esta consiste en la oclusión bilateral de los conductos deferentes que puede realizarse en forma ambulatoria con anestesia local, sin requerir hospitalización, tratándose de una técnica muy efectiva y de carácter definitivo. El costo total de la vasectomía bilateral según el arancel FONASA 2014 modalidad de atención institucional es de $124.930, correspondiendo un copago para un usuario tramo C de $12.490, a diferencia de la ligadura o sección de trompas, cuyo copago es de $14.440.
Estaríamos más cerca de la libertad y emancipación de la mujer al lograr hacer descansar el cuerpo femenino en un regazo de responsabilidad masculina, que amorosamente logre reciprocidad en la reproducción y en el compartir fertilidades.