La siguiente historia puede resultar familiar a alguno de nosotros y consigue configurar una de los millones de experiencias de personas y familias enfrentadas a momentos de angustia vital, donde se pone a prueba nada menos que el instinto humano de supervivencia.
Juan -padre de Jorgito- llega del trabajo y se encuentra con su mujer llorando porque Jorgito acaba de caerse y se rompió la frente con una mesa de vidrio y sangra mucho. De inmediato toma a su hijo de tres años y lo sube a su auto rumbo a un hospital. Al llegar a las nueve de la noche al servicio de Urgencias, hay mucha gente esperando en la entrada y al acercarse al mesón un señor de chaqueta y corbata le dice que tiene que esperar porque los médicos están muy ocupados con tantos pacientes y, “si el niño está llorando es porque no está tan grave”.
Juan y su mujer se sienten desesperados y quedan trastornados ante tal descriterio y exigen a gritos atención médica inmediata. El proceso se mantiene imperturbable mientras la cola de espera va avanzando hasta que Jorgito y sus padres pueden pasar a la sala de atención donde una señora de uniforme celeste le dice que “recueste al niño en la camilla y lo calme porque está muy asustado e inquieto y así el doctor no lo podrá examinar”.
Al cabo de un rato que parece interminable, llega un joven con delantal blanco abierto, muy apurado y pregunta quién es el paciente del corte con vidrio, ante lo cual Juan le responde que está acostado, y le pregunta si es él el médico, a lo que el joven responde que sí, limitándose a examinar a Jorgito rápidamente y diciéndole a Juan y su mujer que no es nada grave y que le hará una curación con afrontamiento y si es necesario lo traigan a control a urgencia o bien lo lleven al policlínico en unos tres días más.
¿Qué esperaba Juan de esta atención? ¿En busca de qué acudió con su mujer y su hijo al servicio de urgencias? ¿Quedó conforme y tranquilo? ¿Le resolvieron su problema y el de su hijo?
Entendido el concepto de Modernidad como una categoría que hace referencia a un proceso social, propone que cada ciudadano tenga sus metas según su propia voluntad, alcanzándolas de una manera lógica y racional. Se antepone la razón sobre la religión, se crean instituciones estatales que buscan que el control social esté limitado, se garantizan y protegen las libertades y derechos de todos como ciudadanos.
Surgen nuevas clases sociales, se industrializa la producción para aumentar la productividad y su economía y se trata de una etapa de actualización y cambio permanente. En síntesis, “lo Moderno” implicaría la interacción de conceptos como la autonomía, el control que no permita “el desborde” de tanta autonomía y el cuidado y protección de la naturaleza, incluidos todos los seres vivos y el medio ambiente.
La reflexión respecto de lo que comprendemos de un Hospital Moderno es diferente de lo que esperaríamos de un hospital que se dice moderno. ¿Será la tecnología de punta o de última generación? ¿O la existencia de camas de atención de pacientes críticos? ¿La presencia de profesionales altamente especializados?
¿Será la coexistencia de procesos de ingeniería intercalados en cada acción médica y de cuidados de los pacientes? ¿Será el uso de información digitalizada y en línea? ¿Los complejos sistemas de información y estadísticas? ¿O los pisos, el tamaño de los recintos y la estructura arquitectónica?
¿Será el alto nivel productivo y de rendimiento de los recursos humanos y tecnológicos? … ¿Es eso lo Moderno? ¿Dónde quedan las interacciones humanas que no pueden medirse ni traducirse en estadísticas?
¿Fue moderna la atención recibida por Juan? ¿Era lo que él esperaba? ¿Satisfizo sus expectativas y necesidades? ¿Encontró lo que buscaba en todas las personas que lo atendieron en ese recinto?
El Hospital no es una simple figura arquitectónica, sino que forma parte de un hecho médico hospitalario en donde lo que principalmente ocurre son movimientos de gentes, múltiples y complejas acciones y entrelazamientos de afectos, emotividades… el ser humano completo vertido en un edificio en donde uno de ellos, el denominado “paciente”, es olvidado como persona, apareciendo un “no sujeto” que, al momento de traspasar esos muros, entra a una institución de separación y exclusión.
El hospital moderno parece no estar en el hospital. Si “hospitalis”, es un adjetivo que quiere decir amable y caritativo con los huéspedes, es el momento de denominar de otra manera a estos recintos -ahora desbordados- que transportan al peligro de institucionalizar la salud.