En nuestra mirada ¿Habrá falacias médicas? ¿O no nos han explicado?
Es frecuente que exista oposición al uso y posesión de Cannabis Sativa (CS )en nuestro país. No señalaré propiedades de la CS obtenida del cultivo particular y la del mercado (eso es otro problema).Actualmente hay publicaciones de cifras de consumo que señalan además posibles problemas por su utilización, con la constante indicaciónde NO legalizar tal acceso.Respecto a las cifras, no tengo referencias de cómo se obtuvieron ni la convicción de sus certezas,que no constituyen el interés de estas líneas.
En general, me parecen poco acertadas las percepciones de algunos entendidos ‒que son especialistas en diversas áreas clínicas. Si hubiera sesgos en sus miradas no serían transversales en sus exámenes a nuestro país. Más (o peor) aún si los datos epidemiológicos no certificarán la distribución por edades(etárea) del consumo en nuestra población. Por otra parte, existen profesionales prolijos cuyos informes, que respeto, son interesantes testimonios con distintos alcances.
Los artículos de especialistas comienzan muchas veces enfocándose clínicamente en los adictos a la CS y constituyen un efectivo análisis de algunas poblaciones definidas. Según sus propias cifras, los adictos (posiblemente jóvenes) son el 10% de los consumidores y no incorporan o no advierten el restante 90% de usuarios, cuyo uso es recreativo, privado y en domicilio. Lo último es un asunto absolutamente privado.
Han denunciado, por fácil, el error epistémico de considerar a la CS la puerta de entrada a otras drogas (las duras).Atribuirle esa causalidad a la CS (ocasional y a cierta edad) como una bisagra conductual me sugiere un pensamiento represivo y simplemente culposo. ¿Cuál podría ser el origen de este análisis con tendencia a inculpar?
Muy cierto, fue el Blue-Jeans el que antecedió a usos, modas, gustos, aficiones y juegos de los adolescentes.Entonces, ¿alguien podría denunciar a la industria foránea Lee’s o al chicle Adam´s como causantes de los desacatos juveniles?
Una escalada al revés nos llevaría incluso a culpas paternales por todo lo que posee o carece la vida familiar de los adictos, su nivel de información hogareña, de la alimentación o de la inclusión filial de la prole, la preferencia por una o un hijo(a).
Acaso, ¿no son ésas, posibles condicionantes en la formación individual de jóvenes que adoptan una variedad de conductas cívicas que vemos y cuyos orígenes son desconocidos por nosotros?
Es probable ‒con enorme importancia educacional‒ que destaquen el riesgo que existe en la oportunidad del inicio, porque se ha revelado una población de menores que se incorporan a un adiestramiento adictivo, una miseria cuyo origen ‒con una diversidad de causas‒ lamentablemente no se ha estudiado.
Bastaría este antecedente para limitar el uso de la CS sólo a los mayores de edad. En este delicado tema demográfico mi enfoque apuesta a los mayores de 21 años. Intentaré explicar ‒por más biológicas que sean‒ mis razones.
El desarrollo del sistema nervioso central (especialmente del cerebro) tiene ritmos y un encadenamiento de localizaciones que adquieren determinadas funciones a cierta edad. Sin invocar la ley natural ni alguna tradición, desde muy antiguo, debíamos cumplir los 21 años para tener derechos a decidir y a ejercer la libre voluntad, a realizar actos con responsabilidad legal, poder votar, cumplir edad para casarnos y adquirir propiedades. Sin asustarse, ese umbral cambió y hoy los 18 años determinan la mayoría de edad. Este paso o tránsito ocurrió y constituye normas, obligaciones y derechos. No lo discuto.
Desde hace 25 años, en seres humanos, los hallazgos en neuro-fisiología han indicado que en los lóbulos pre-frontales la “maduración” de la estructura cerebral es un proceso que termina de consolidarse entre los 19 a 24 años.No existe fecha fija ni relación con sexo, hábitat o condición socio-económica. Estos datos podrían explicar nuestras edades previas donde somos lábiles a ser perjudicados por posibles adiestramientos o por instrucciones.O mirado desde el otro lado, las edades a partir de las cuales somos más “libres” o responsables para tomar una decisión, una práctica o una conducta.
No es invento que los jóvenes que viven en áreas de escasos recursos son más vulnerables o lábiles para continuar en conductas adictivas al placer. Las costumbres más condenadas han sido las que ‒a cierta población‒ nos provocan el mayor placer, vale decir, el sexo, la gula (no digo comer), fumar, el alcohol y cualquier sustancia a inhalar.
Lo que no sabemos es si esos jóvenes son vulnerables porque ¿son pobres? ¿Por qué no les maduró el coco? ¿Por qué no aprendieron a conseguir dinero con el trabajo? Vea el círculo interactuante en la causalidad.