Atacó el Meningococo con una versión mejorada y más letal. El temido W135. Y la reacción pública ha sido como frente a la “peste”.
Frente a la muerte, la percepción subjetiva de riesgo, abandonó el terreno de los números, las probabilidades y las estadísticas, para instalarse en los miedos atávicos de la humanidad.
Nada pueden las opiniones expertas, frente a la percepción pública del riesgo, especialmente en este caso, de las madres de los niños, como población más vulnerable y de riesgo.
Es el riesgo como un sentir, donde una muerte conocida, es una tragedia catastrófica. Aun, no valen las estadísticas y las probabilidades de morir. No ha aparecido el “adormecimiento psicológico”, frente a muchas muertes.
Actualmente, la posibilidad de contagio, es percibida como un riesgo “temible”, debido a una aparente pérdida de control por falta y poca oportunidad de las acciones de inmunización, mucho temor, posibles consecuencias catastróficas, altas posibilidades de muerte por un agente “nuevo”, y desconocido, la desigual posibilidades de acceder a las vacunas, y el factor de amplificación social del riesgo.
Pero también es posible percibir una responsabilidad sentida y atribuida a actos de omisión por las autoridades, sobre un riesgo que ellas conocían y debieron anticipar.
Porque la emergencia del brote caótico de la meningitis, puede considerarse una “expresión de la pobreza”, donde se conjugaron en una complejidad creciente, el hacinamiento, la temperatura, bajos niveles de higiene, y una proporción determinada de portadores sanos con los vulnerables y los que hacen la enfermedad, entre otros.
Es decir, factores que debieran ser abordados con buenas políticas de prevención en el campo de la Salud Pública, que incluye un adecuado manejo comunicacional de la información, para contener y modular la amplificación social emocional del riesgo, y así lograr un ajuste racional, disminuyendo la incertidumbre.
El problema es que la vocación por la Salud Pública, salvo honrosas excepciones en algunos ámbitos académicos universitarios tradicionales, parece haber abandonado el interés de los médicos e instituciones privadas de salud, debido probablemente, a la poca retribución monetaria, dificultades de financiamiento para la investigación, y a los incentivos actuales dirigidos a una medicina de servicios y prestaciones curativas, cada vez de un costo tecnificado y creciente.
Así, nuestra gloriosa tradición de la Salud Pública, que nos llevó a tener aún, excelentes indicadores, parece retroceder a pasos agigantados, sobrepasada por cambios epidemiológicos de alta complejidad y turbulencias, que necesitan más que nunca, el desarrollo de nuevo conocimientos, tecnologías y estrategias, que permitan anticipar y manejar eficientemente los nuevos desafíos y problemas, que hemos visto aparecer con una frecuencia inquietante.