El 12 de enero de 2014, el Papa Francisco envió una nota a los futuros Cardenales que “crearía” dentro de un mes.
En el principal párrafo escribe.
“El cardenalato no significa una promoción, ni un honor, ni una condecoración; es sencillamente un servicio que exige ampliar la mirada y ensanchar el corazón. Y, aunque parezca una paradoja, este poder mirar más lejos y amar más universalmente con mayor intensidad se puede adquirir solamente siguiendo el mismo camino del Señor: la vía del abajamiento y de la humildad, tomando forma de servidor (cf. Flp 2, 5-8). Por ello te pido, por favor, que recibas esta designación con un corazón sencillo y humilde. Y, si bien tú debas hacerlo con gozo y alegría, actúa de manera que este sentimiento esté lejos de toda expresión de mundanidad, de todo festejo ajeno al espíritu evangélico de austeridad, sobriedad y pobreza.”
La información conocida respecto del intercambio de correos electrónicos entre los Cardenales Errázuriz y Ezzati, me duele por varias razones.
Primero porque deben haber pocas actitudes más destructivas respecto de la credibilidad de una persona que la inconsecuencia entre su pensar, decir y actuar. Estos correos dan cuenta de acciones encubiertas e indirectas para fines mezquinos y muy alejados de su quehacer como pastores.
Se refieren en términos denigrantes a otras personas, dejando de lado toda mínima humanidad.
Me apena que estas conversaciones den cuenta de sacerdotes capaces de excluir a otros, sin asco de usar influencias, y evitando el diálogo frontal.
Me duele porque confirma hechos que comenté a través de una columna escrita en este mismo medio el 13 de octubre del año pasado, y que fueron desmentidos por monseñor Ezzati.
Estos Cardenales no representan al grueso de la Iglesia chilena; sin embargo, la capacidad para desprestigiarla y hundirla es frecuente y pareciera que no tiene límite.
Pienso en el párroco de mi barrio y todo lo que se esfuerza por ser ejemplo de Jesucristo, por animarnos a vivir en clave de servicio a los demás, y al mismo tiempo pienso en lo poco que lo ayudan sus jefes.
Nuestros Cardenales han cedido al poder y al ego, en vez de actuar con un espíritu evangélico humilde y al servicio de los demás, en especial, de quienes más sufren.
Al Papa no le están haciendo caso, al menos estos Cardenales chilenos, están en falta, y nos duele.