El Papa Francisco ha dedicado su primera Carta Encíclica a llamarnos a la responsabilidad que nos cabe por la suerte del mundo
Nos pone por delante un pronóstico sombrío sobre la suerte que nos prometen los pronósticos ecológicos sobre la situación que nos cabe en el desarrollo de la naturaleza mundial. Nos pone por delante el peligroso aumento del CO2 en el mundo, el recalentamiento de la atmósfera y de los mares, el derretimiento de los hielos, la disolución del ozono, el deterioro del agua, la corrupción de los mares, el agotamiento de los recursos y del alimento, etc., etc.
Contrariamente a la opinión de quienes prefieren dudar de la objetividad de estos pronósticos, el Papa cree en esta objetividad y nos exhorta a tomarlos en serio.
El Papa cree que la Iglesia tiene delante de sí la tarea de enfrentar estas amenazas, poner en juego recursos poderosos.
La Iglesia durante siglos confió al emperador y a los príncipes cristianos el cuidado de la humanidad. Cuando la humanidad se secularizó, la Iglesia se metió en los templos. Ahora el Papa nos exhorta a salir de los templos, a enfrentar la situación del mundo y estas amenazas que hemos enumerado.
Aquí el Papa ha entrado a tallar en estos cambios. Se propone suscitar donde hay egoísmo un amor generoso. El Papa confía en que la Iglesia es capaz de enfrentar esta situación. Este enfrentamiento implica nuevas transformaciones culturales de gran alcance.
Nuestra esperanza es que la necesidad ante la amenaza de un cataclismo nos obligará a asumir los cambios que no hemos sabido asumir. Las iglesias tienen recursos y dinámicas más especiales que podrán aportar para esta tarea esencial: salvar el mundo.
No es de extrañar la reacción del gran capital frente a la encíclica Papal. Unos demócratas norteamericanos le han dicho al Papa que no se meta donde no entiende nada, que deje que los entendidos manejen la economía y busquen el progreso de la humanidad. Los religiosos que vuelvan a encerrarse en sus templos.
Entre los críticos bien posiblemente habrá también católicos chapados a la antigua. Pero el Papa Francisco ha pedido a los cristianos que salgan hacia el mundo para ayudar e incluso auxiliar al mundo en sus crisis actuales. Si la tarea es sustituir una cultura egoísta por una cultura altruista que se interese en el bien común, la iglesia ciertamente puede tener mucho qué decir. Los católicos ciertamente tendrían mucho qué hacer.
Los sistemas socialistas han pretendido efectuar este cambio radical: obtener la primacía del bien común por encima del anhelo egoísta, del provecho individual. Fracasaron estos socialismos: el chileno, el cubano y el de la Rusia soviética. Ahora el capitalismo nos está llevando al borde del cataclismo. Ahora el Papa pretende enfrentar al capitalismo, corregir los socialismos y poner los recursos religiosos del cristianismo al servicio de esta superación del amor sobre el egoísmo. El bien común sobre la primacía del bien propio.
No será la primera vez que un movimiento religioso tenga que ir en auxilio de una coyuntura crítica de la humanidad. Pero, tal vez, nunca con tal urgencia.