El Papa Francisco beatifica a Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Reivindica a la Iglesia de los pobres.
El obispo Romero ha sido llamado “San Romero de América”. La Iglesia de los pobres latinoamericana se ha adelantado a la Santa Sede, llamándolo así. La Santa Sede, sin embargo, no se ha hecho problema con esta anticipación. Se trata de un hombre grande. Gigante, porque evoca de un modo impactante a Jesús de Nazaret, el primero de los mártires cristianos.
Romero se convirtió al Dios de los pobres. El Dios de su bautismo y de su formación presbiteral se podría decir que cambió, que creció en la misma medida que el obispo se comprometió más y más con la suerte del pueblo salvadoreño.
¿Es posible que un obispo se convierta? Ocurrió. Lo trastocó el martirio de su amigo sacerdote Rutilio Grande. Lo transformó Puebla, la conferencia episcopal que formuló la “opción por los pobres”. Existía en Romero esa apertura espiritual a la realidad que sólo se da en esas personas que aman la verdad y están dispuestas a dejarse afectar por los acontecimientos históricos.
Romero fue un mártir de la fe cristiana en cuanto mártir de la justicia. Representó en carne propia a un pueblo mártir: pobres, campesinos, miles de oprimidos y asesinados por una sociedad salvadoreña tremendamente desigual e injusta. Impresiona que le hayan metido un balazo en el corazón justo cuando alzaba la hostia en la consagración eucarística. Más debiera impresionar un hombre que corrió el riesgo, en tiempos de extrema violencia, de ser la “voz de los que no tienen voz” y que haya “resucitado en la lucha de su pueblo” (cómo él mismo quiso).
La Iglesia popular de América Latina ha “canonizado” a Romero antes de su beatificación oficial, porque nadie la representa mejor. Con Óscar Romero se reivindica a las comunidades de base.
Esta ha sido la Iglesia de la conferencia de Medellín (1968) y de Puebla (1979), de las conferencias episcopales que acompañaron a sus pueblos en tiempos de dictadura y de persecución.
Ha sido la Iglesia de las monjas de población , de los curas obreros y de los catequistas que apenas sabían leer y escribir; de las misas en las que la gente con la biblia en las manos entendió la palabra de Dios a partir de su vida y viceversa; la Iglesia de las ollas comunes, de la canastas de ayuda fraterna y de los vía crucis de la solidaridad; la Iglesia de la Teología de la liberación, la única reflexión cristiana (católica y protestante)que ha tenido el coraje de hacerse cargo de la experiencia latinoamericana de Dios.
El Papa Francisco beatifica al representante latinoamericano de la “Iglesia pobre y para los pobres” que él mismo desea, y vota por el diputado de aquellos que aun sin tener fe en Dios han creído en el valor trascendente del hombre y la mujer que suelen no contar más que como mano de obra.