Nada pasa por casualidad todo proviene de la bondad de Dios, así marcaba el camino de la vida de un cristiano el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt. Es en este espíritu que debemos también analizar la situación vivida por nuestra Iglesia chilena en este último tiempo y en particular la elección y asunción del Obispo de Osorno Juan Barros.
Al tomar distancia se hace evidente que si bien los efectos han sido muy dañinos, esta crisis se transformará también en una gran oportunidad de crecimiento para nuestra Iglesia, la que creo se refleja en dos aspectos.
Primero, hemos visto a una Iglesia viva donde laicos, sacerdotes y pastores reaccionan frente a este nombramiento, incluso manifestando públicamente su conformidad o disconformidad con la situación. Todos lo hacen por un gran amor a la Iglesia, porque les preocupa e interesa su presente y futuro, como también su capacidad de transmitir fielmente el mensaje de Cristo.
Es así que de una Iglesia con mucha pasividad interna, secretismo y algo de copucheo como dice el Papa Francisco, estamos pasando a una Iglesia activa, que se mueve y conmueve, que debate, que crece en la diversidad de opiniones, que se sienten miembros activos y no espectadores. Donde los laicos estamos comenzando a entregar públicamente nuestro parecer, incluso si va en contra de la opinión de algunos miembros consagrados o de la jerarquía.
Sin embargo también en este proceso hay que estar atentos a las luces y sombras. En efecto, manifestarse públicamente es justo y sano, pero hacerlo en medio de una eucaristía me parece inapropiado.
Es Cristo quién nos invita a su mesa y el desaire se lo estamos haciendo a él y no necesariamente al celebrante. También hay que cuidar no caer en una instrumentalización ideológica porque eso desvirtuaría toda bandera de lucha. Es la fe la que debe iluminar nuestro camino y no la ideología la que debe orientar nuestra fe.
Sin embargo, en muchos sectores de nuestra Iglesia e incluso en nuestro movimiento, se ve más lo segundo que lo primero. Ahora estas situaciones se pueden producir más por ignorancia que por malas intenciones, dado que en nuestra Iglesia, la sólida formación laical, es aún una tarea pendiente.
Es cierto también, que esta situación se da en medio de una sociedad híper informada y que frente a la magnitud de los escándalos del país y de la Iglesia hoy dice “basta ya”.No está dispuesta a seguir pasivamente tolerando estas situaciones.
La buena nueva es el despertar de los laicos, y el comienzo de un proceso sin retorno, en el que en función de la “corresponsabilidad” generará opinión y comenzará a hacer realidad el anhelo del Papa Benedicto XVI, cuando señalaba:“La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad referido, en especial, al papel de los laicos en la Iglesia, que deben ser considerados no como ‘colaboradores’ del clero, sino como personas realmente ‘corresponsables’ del ser y del actuar de la Iglesia”.[1]
Al respecto el mismo Padre José Kentenich, con mucha agudeza señalaba: “¡Con que claridad se espera: la Iglesia no es solamente la jerarquía, la Iglesia es el pueblo de Dios!El pueblo debe asumir responsabilidades; no debe permanecer en el trasfondo ya no debe ser más un rebaño que se deje cortar la lana y sacar la leche por el pastor”[2]
Sin lugar a dudas estos grandes anhelos pasan inevitablemente por una participación también activa de los laicos en la elección de su pastor.
Segundo, se genera un positivo cuestionamiento a la forma de elección de los Obispos.
El Papa León Magno en el siglo V ya señalaba que, “quien deberá presidir a todos, debe ser elegido por todos”. Una afirmación que hoy adquiere fuerza y que no tiene nada de nuevo, ya que las comunidades cristianas en sus orígenes elegían a sus Obispos. Será en tiempos monárquicos cuando es cambiada a una prorrogativa exclusiva del Papa. Recordemos que hubo también momentos en que en su elección participaron Reyes y Emperadores. En nuestro tiempo este tipo de legitimidad, establecida desde arriba, no tiene ya cabida, porque de mantenerse, deja como una frase sin sentido la corresponsabilidad.
Pero el tema de fondo no está solo marcado por la selección, sino principal y fundamentalmente porque se requiere mayor participación, rendición de cuentas, transparencia y fiscalización. Una conducción sin contrapeso se tiende a desvirtuar, a generar una excesiva valoración del poder y no necesariamente a un buen uso del mismo.
Es cierto que los criterios democráticos no están exentos de errores, pero existen mecanismos propios para superarlos.
El Papa Francisco en Evangelii Gaudium (N°31) señala: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico[34] y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos.”
Una conducción pastoral que promueva una real y efectiva participación, que se base en una autoridad que sirve, que se hace parte de sus ovejas, tomando su olor, en una cercanía sencilla, capaz de administrar la diócesis colocando todo, inclusive los bienes que también son de todos, a su servicio, necesaria e inevitablemente pasa por una nueva forma de gestar esta autoridad.
Cuando actualmente el Obispo solo debe responder al Papa que está a miles de kilómetros y que debe visitar cada cuatro años para darle cuenta de su gestión, sinceramente no tiene contrapeso alguno en su autoridad. En esta situación, todos los deseos del Papa Francisco se tornan como un anhelo muy difícil de alcanzar y solo estará sujeta a aquellos que por carismas propios son capaces de asumirlo.
En definitiva, el Espíritu Santo sopla y al tomar distancia, podemos concluir como lo diría nuestra gente; “no hay mal que por bien no venga” o como lo señalaría el Padre Kentenich: “bueno es todo lo que El hace”.
(1) Mensaje del Papa a la VI Asamblea Ordinaria del FIAC, 23 de Agosto 2012
(2) El Pensamiento Social del P. José Kentenich. Pag.224