El cardenal Ezzati en el Te Deum del 18 de septiembre pasado, proclamó la defensa de la vida “desde la concepción de la persona hasta su término”.
Recojo su expresión “desde la concepción de la persona humana”. No dice desde el momento de la “fecundación”. Se disputa desde la ciencia, si la concepción de la persona se realiza en un momento o constituye un proceso. Si es un proceso, no consta que el cigoto antes de su implantación en el útero sea ya ciertamente una persona humana. Me parece bien que la iglesia prescinda, -según mi interpretación- de esta controversia de la cual se desprenden conclusiones éticas de trascendencia.
Hubo en la Catedral el 18 de septiembre pasado, una presentación de muchachas embarazadas que significaba la preocupación de la Iglesia contra el aborto. Nos preocupa a todos el aborto, pero no el aborto terapéutico que no es problema y que Pío XII admitió al hablar de los fetos ectópicos. Nos preocupa el aborto clandestino que se efectúa en Chile en miles de casos anuales y del cual no se ve que la Iglesia se ocupe efectivamente.
Si ni siquiera habla o lo denuncia ni se preocupa de combatirlo. Combate sí el uso de preservativos o de la píldora del día después que evitarían, sin duda, un número de abortos clandestinos.
Hemos tocado dos temas, el principio de la vida y su preservación frente al abuso del aborto. En la imposibilidad de abarcar ambos temas muy contundentemente, nos limitaremos aquí a sustanciar un problema que está aún debatido. Expondré con sencillez mi opinión.
Se trata del comienzo de la vida, de el depende el segundo problema, ¿cuándo puede comenzar a darse un auténtico aborto?
La Biblia pensaba que la vida se desarrollaba en un proceso. La ciencia ha clarificado datos importantes: el fenómeno de la fecundación en que interviene el óvulo femenino y el espermatozoide masculino y la conformación del cigoto que en sus genes contiene en cierta manera todo el ser humano.
En mi concepto, el cigoto es una semilla con la que comienza un proceso de hominización o formación de la persona humana. Impedir el anidamiento del cigoto no es un microaborto destructivo de un ser personal sino la interrupción de un proceso. Una interrupción que puede aún ser beneficiosa para prevenir un embarazo no deseado.
La Iglesia puede argüir, es al menos posible que el cigoto sea un ser humano, pero una mera posibilidad de vida humana no es materia suficiente para hablar de certidumbre ética. Lo decisivo para una conducta ética no es una mera posibilidad sino una verdadera probabilidad y ésta, opino yo, no se da.
Resumiendo pues, la vida humana es preciosa y está en manos de Dios desde su concepción hasta su término. Respecto a su concepción hay una disputa como hemos sugerido de si la vida parte de un momento o de un proceso.
Las autoridades eclesiásticas han mantenido su línea doctrinal. Yo tengo otra opinión.Espero obedientemente la clarificación que nos comunicará la Iglesia.