Los sacerdotes Mariano Puga, José Aldunate y Felipe Berríos, “revisados” por la “Prefectura de la Fe”, por “manifestarse en los medios públicos repetidas veces en los medios de comunicación contra la enseñanza moral y la doctrina católica”.
Al parecer, el padre Puga a favor del aborto, el padre Aldunate a favor del matrimonio homosexual, y el padre Berríos famoso por la “cota mil”,a favor de la reforma educacional y en contra la posición de la jerarquía de la Iglesia local (¿Qué tiene que ver esto último con el dogma?)
Por lo menos esto es lo que ha trascendido a la opinión pública.
¿Qué tienen de común estos tres sacerdotes?
Caminar muchas veces en la necesaria frontera, donde la crítica reflexiva, (a veces demasiado rápida y apasionada), se eleva mirando al pobre, a los marginados, a los que sufren persecuciones e injusticias de toda índole y sufren lo indecible en silencio, desde un Cristo que ama con gratuidad y sin concesiones.
“Una Iglesia que desarrolló colegios distintos para los pobres, los indígenas y la clase alta” (M. Puga).
“El homosexual tiene derecho a compartir su vida con otra persona(…) la Iglesia es anticuada” (J. Aldunate).
“Clínicas en la cota 1000, son inmorales” (F. Berríos)
¿Acaso hoy el Papa Francisco, el del “liderazgo del servicio”, no es tildado de muy “izquierdista y liberal” por atreverse a revisar las políticas de la Iglesia en el Sínodo actual a partir de una consulta sobre diferentes aspectos y realidades de la religión vividas por los fieles y el pueblo?
¿Acaso no ha sido implacable en denunciar la deshumanización que genera el imperio del dinero por sobre la dignidad de cualquier ser humano?
¿Acaso no dijo, “quien soy yo para juzgar a los homosexuales”?
Siempre la (necesaria) jerarquía, va a encontrar sospechosos a los que se atreven a levantar la voz con coraje y, a veces con necesaria imprudencia, contra las reglas y el orden, que a veces parecen escapar del sentido común, en este caso, de la vida cristiana.
Los cambios se generan siempre en los bordes del sistema religioso, a veces a saltos casi revolucionarios, cuando es incapaz de interpretar la realidad, perdiendo grados de identidad y sentido, en este caso de la comunidad de fieles, bajo la luz de la Palabra oída libremente.
Lo anterior no significa que los núcleos del dogma y su estabilidad se disuelvan, y estos son la fe y el amor en el Dios Cristo, y el amor por el otro cómo nuestro Padre y Hermano aman en la Verdad.
Son la bondad, la caridad, la compasión, el perdón, el altruismo y la justicia social, sus valores fundamentales, centrados en la esperanza de la redención final.
Somos seres creados y pro -creados que a su vez creamos y pro–creamos en una vida comunitaria, bajo la fragilidad y la debilidad del misterio de la vida y la existencia, creyendo en su valor sagrado, desde la procreación hasta la muerte natural.
Estoy seguro que los tres sacerdotes, que siempre lo han sido, comparten lo anterior, y que los “sacerdotes no ordenados”, es decir, todo el pueblo de la Iglesia, sí se sienten representados por estas reflexiones críticas de estos “sospechosos de siempre”, los que siempre nos hacen ver, que algo no está también como parece, aunque muchas veces desde el necesario y enriquecedor conflicto.
Bienvenida la acusación contra los sacerdotes del pueblo y “obreros”, porque revela algunas inconsistencias morales y de las formas, sobre lo esencial del cristianismo católico en la turbulenta realidad de hoy.
La autoridad en este caso, no debiera ser representada por el castigo y la acusación, sino por guiar y conducir en un diálogo que siempre busca la Verdad en el Amor.
La fe y la obediencia, sin la reflexión crítica y un diálogo que siempre busca lo esencial, terminan por ser extrañamente “leves y líquidas”, deshumanizando y despersonalizando la religión y al propio Cristo, todo Dios, todo hombre.
¡Bravo padre Puga, padre Aldunate y padre Berríos!