Muchos dicen: “A mí por qué me tocó este cáncer”, “cómo permitió Dios que sucediera tal desgracia”, “cómo sufren los niños de Somalía… ¿Donde está Dios?”
La Biblia cuenta una historia paradigmática, la del justo Job, era bueno y justo pero le vino desgracia tras desgracia. Perdió sus camellos, perdió sus hijos, perdió su salud y felicidad. Sus amigos lo tentaban, tienes que haber sido injusto para que Dios así te castigara. Pero Job no renegó de Dios “Dios me los dio, Dios me los quitó, bendito sea Dios”.
Sucesos históricos actualizados muestran esta misma pregunta. El teólogo Dietrich Bonheoffer ha formulado la pregunta capital ¿Cómo seguir creyendo en Dios en la época de los campos de exterminio nazi?
El martirio de Víctor Díaz y de tantos chilenos víctimas de la dictadura militar muestran cómo esta pregunta ¿cómo Dios permite el sufrimiento humano?, sigue planteándose hoy en día.
Para estas quejas y preguntas hay respuestas incompletas. El hombre es libre y la libertad es causa de muchos males en el mundo. Dios sabe sacar bien del mal y recompensa la fidelidad y compensa el sufrimiento con los bienes eternos de la otra vida. Estas explicaciones no van al fondo del problema.
El fondo del problema es que a estas personas que se quejan les falta la fe en Dios, es decir simplemente no creen en el Dios verdadero, se han fabricado un dios que satisface su necesidad religiosa, un dios a su medida que puede responder a sus oraciones y que tendría que satisfacer sus anhelos.
Hay que tener en cuenta qué distinto de estas quejas es un estilo de relación con Dios o con Cristo que han tenido algunos santos marcados por la confianza dialogal y por amantes quejas que no significan una merma en su confianza.
En la parábola bíblica, el justo Job se dejó convencer en su entrega a Dios por su fe en el Dios de la Biblia, el Dios de Israel poderoso y sabio con el cual no podía competir.
Pero el Dios de la fe cristiana, nuestro Dios, es el Ser misterioso, trascendente que está por encima del tiempo y del espacio y de toda explicación o razonamiento que podamos hacer.
¿Quién somos nosotros para plantearle preguntas, para exigirle explicaciones?Nuestra respuesta a la pregunta ¿cómo creer en Dios en la época de los campos de concentración nazi? es la respuesta de Dietrich Bonheoffer y sus compañeros.“Dejemos que Dios sea Dios”.
Si creemos verdaderamente en un Dios que está por encima de todo lo creado y de nuestra propia inteligencia, y si al mismo tiempo creemos en el mensaje de Cristo de que nos ama y tiene sobre cada cual una providencia paternal, esas quejas perderán todo sustento racional.
Terminaremos con las palabras del Verbo de Dios hecho carne en Jesucristo que en el momento supremo de su crucifixión expresó en dos frases lo que venimos diciendo “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado”?
Es la queja suprema del hombre, del judío Jesús que lucha por realizar en su patria la voluntad de Dios y que se siente abandonado por Él en la cruz. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. En un segundo momento, por decirlo así, capta que ese Dios es su padre y que no lo ha abandonado sino que lo acoge, se pone con supremo abandono en sus manos.