La entrevista del Papa Francisco, que en Chile conocimos en exclusiva a través de Revista Mensaje , retoma una antigua costumbre vaticana, según la cual el Papa, utiliza algún medio “oficioso” para expresarse con libertad respecto de temas variados, concernientes a su ministerio, con el propósito de sondear el sentir de los diferentes actores de la Iglesia, respecto de asuntos que requieren de alguna precisión o reforma.
Con este proceder, el Papa alienta un proceso de discernimiento de la voluntad de Dios para el presente de la Iglesia, que irá acompañado de decisiones que, a sus tiempos, conoceremos a través de los medios “oficiales”.
Se percibe en lo expresado por el Papa el deseo de retomar la intuición pastoral del Concilio Vaticano II, que acentúa la dimensión histórica de la Revelación de un Dios que se da a conocer en la epopeya fundacional del pueblo de Israel, con quién se alía hasta hacerse carne de ese pueblo en Jesucristo.
El Concilio reconoce a la Iglesia en esta dinámica popular de salvación y se comprende a sí misma como el Pueblo de Dios, en medio del cual y para bien de toda la humanidad se va tejiendo la Historia de la Salvación, en una trenza compuesta de “trigo y cizaña”, dado que la respuesta humana a la intervención salvífica de Dios no siempre es la obediencia, sino también el pecado.
El proceso que llevó al Concilio Vaticano II es tan largo como la historia misma de la Iglesia. Es el resultado de una lenta maduración acompañada por la fidelidad de Dios con el Pueblo de su Alianza.
Sin embargo nosotros hemos sido testigos en los recientes años pasados de una reacción jerárquica en la Iglesia que opuso tenaz resistencia racional, y cuando no autoritaria, a la corriente carismática y popular del Concilio.
Signo emblemático de este fenómeno ha sido el “entibiamiento” de la categoría Iglesia-Pueblo de Dios y la insistencia, en su lugar, de la categoría Iglesia-Comunión, asociada a una estructura de participación sinodal, marcada por el inmovilismo y el centralismo de la autoridad eclesiástica.
En la práctica, lo anterior se tradujo en el des-empoderamiento del laicado y en la exaltación de la autoridad de los ministerios ordenados.Un párroco nombrado sin consulta a la comunidad local por su obispo, y un obispo, cuyo nombramiento ha sido sugerido al Papa por un Nuncio, que además no suele tener la nacionalidad del país donde interviene, corre el riesgo de deberle más fidelidad a quien lo reconoció con un nombramiento que a la porción del Pueblo de Dios que se le ha confiado para que lo sirva y acompañe.
Sin duda el cometido de la unidad de la Iglesia que está detrás de esta práctica, se alcanza parcialmente por medio del alineamiento jerárquico, pero dista mucho de ser suficiente.
La otra cara de la medalla es un “pueblo de Dios” sin voz, sin los medios de participación y organización que le permitan influir en su Iglesia y que ha experimentado por mucho tiempo el abandono de sus pastores en casi todos los aspectos de la vida que no tengan que ver con lo sacramental, la función litúrgica y una visión absolutista de la moral sexual.
El Papa Francisco ha sido claro para decir que “sentir con la Iglesia” es antes que “sentir con la Jerarquía”, “sentir con el pueblo”.
Con su entrevista Francisco deja “la pelota en nuestra cancha” –la del Pueblo de Dios entero- a cada uno de los católicos toca ahora asumir la propia responsabilidad como bautizados para confirmar en la práctica el giro a la ortodoxia a la cual nos desea conducir el papa.