La reciente demanda de Bolivia ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) provocó una serie de reacciones en el mundo académico y político, cuestión que era predecible dada la permanente tensión entre ambas cancillerías.
Si bien los consejos dados al actual gobierno desde un amplio espectro político estaban orientados a resolver las diferencias con La Paz y evitar que el gobierno de Morales acudiera a La Haya, claramente el Presidente Piñera las dejó de lado.
¿Era evitable que Palacio Quemado utilizara como último recurso llevarnos al Tribunal Internacional?
Absolutamente, pero desde La Moneda se hizo poco o nada por disminuir la tensión con Bolivia y hoy Chile queda como “el niño malo de la vecindad”. Pero lo que es aún peor, sigue instalada la duda de la real importancia de nuestro país por construir agendas armoniosas con sus vecinos y con aquellos con los cuales no se tienen fronteras.
Si se revisan los argumentos esgrimidos por el Canciller Choquehuanca en base a cuestiones “expectaticias”, entendiendo esto como que a lo largo de los años Chile generó cierta ilusión en Bolivia para lograr superar el encierro geográfico y lograr definitivamente salida al mar, los elementos emotivos lograrían supremacía por sobre las ideas jurídicas.
Es más, tres son los hitos históricos en que la demanda boliviana centra la discusión.
1. Las conversaciones sostenidas por Chile y Bolivia bajo los gobiernos de Gabriel González Videla por lado chileno (1946-1952) y de Enrique Hertzog por lado boliviano (1947-1949)
2. El Abrazo de Charaña de 1975, encuentro bilateral entre los dictadores Augusto Pinochet de Chile (1973-1990) y Hugo Banzer en Bolivia (1971-1978).
3. La agenda de los 13 puntos iniciada bajo el gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010).
Aunque se haya instalado casi intencionalmente que este es un tema bilateral, los archivos históricos dan cuenta de que las conversaciones y posibles soluciones pasan, necesariamente, por la conformación de una mesa tripartita integrada por Perú, Bolivia y Chile.
Sin embargo, hay que analizar en profundidad los errores que se han cometido por años en materia de política exterior, sosteniendo que Chile ha construido una agenda de espaldas a la región y eso ha traído consecuencias que están a la vista.
La pregunta que nos hacemos es ¿cuál sería el mecanismo político más idóneo que revierta esa imagen de mal vecino? Lo interesante que ha surgido pos Haya ha sido la instalación de un incipiente debate sobre el desarrollo de un proceso de integración real y no simples eufemismos del momento que pueden producir los efectos contrarios, sobre todo pensando en que la integración latinoamericana presenta muchas virtudes invisibilizadas ante la opinión pública.
Aunque América Latina ha propuesto instancias de debate tendientes a avanzar en procesos integracionistas, lo concreto es que las limitaciones son mayores que los alcances.
Si a lo anterior le sumamos la debilidad de ciertas democracias regionales que deben convivir con el temor de sufrir levantamientos populares y una constante manipulación sociopolítica por parte de sus elites dirigenciales, la intención real de conducir un diálogo abierto y efectivo sobre integración parece transformarse en una mera quimera.
Sin embargo, la integración puede reforzar las confianzas mutuas, fomentar mayores instancias de vinculación societal, inhibir los atisbos de golpes militares y desplazar del escenario local percepciones de economías pobres versus ricas y dar paso a la generación de economías más eficientes y solidarias.
La intelectualidad latinoamericana y en menor medida la diplomacia, han hecho intensos esfuerzos por explicar las virtudes de la integración, reforzando aquellas ideas positivas que subyacen en los acuerdos regionales, con el objeto de relativizar ciertas miradas revanchistas y conflictivas que obstaculizan el logro eficiente de los espacios de entendimiento.
En el fondo, buscar la fórmula para que un escenario de integración sea efectivo, debe ser el objetivo al cual debiera aspirar la Cancillería chilena, independiente de quien esté en el poder.
Es un tremendo desafío para Chile, pero los beneficios que esto trae permiten eliminar los clivajes y fortalecer los lazos entre países hermanos.