El Humanismo Cristiano en occidente en general ha sufrido envistes desde el ethos cultural “utilitario”, predominante en la actualidad. El sentido de esta corriente de pensamiento ha quedado en vilo en varias temas que van desde lo económico hasta la mal denominada “agenda valórica”.
En Chile aquello es notorio, las nociones de la Economía Social de Mercado y el legado de la doctrina social de la iglesia son vistas, por un importante número de representantes de colectividades que se autoproclaman como cristianos, como un lastre a la luz del “progresismo”.
Por ejemplo, en la argumentación en materias de aborto es recurrente escuchar a paladines del “progresismo”, algunos en representación del pensamiento cristiano, que han descubierto los derechos reproductivos de la mujer como un elemento a considerar en el proyecto de ley. Sin entrar al debate acerca del aborto y sus causales, dicha posición no encuentra raíz en la filosofía cristiana, por tanto la coherencia y consistencia de esta corriente de pensamiento pierde espacios de representación y la confusión respecto de los conceptos es palmaria.
En términos generales se aprecia una profundización (no lenta) hacia el existencialismo, como había caracterizado Emmanuel Mounier a la modernidad, la cual condiciona el actuar de la política contingente a una velocidad que no permite a la virtud de la prudencia incidir en una reflexión respecto de lo que somos, y cuál es el aporte que el humanismo cristiano ha representado al progreso de la sociedad en términos valóricos y culturales.
A ratos pareciera olvidarse que es esta corriente de pensamiento (humanismo cristiano) la que fundamenta y legítima la defensa de los derechos humanos, porque reconoce la dignidad humana como elemento central de la política, sin hipotecar en constructos políticos una instrumentalización de las personas, como muchas corrientes de corte materialista lo han hecho.
Para Martin Buber es importante la meditación del hombre acerca del hombre, y no caer en facilismos que no sólo atentan contra la identidad del pensamiento cristiano, que si estuviera equivocado debe ser corregido.
El asunto relevante es cuando nos desviamos del bien a cautelar: la buena vida humana de la multitud (el bien común). No podemos permitir el empobrecimiento de la política hasta el límite de nuevamente reeditar sólo slogan. La realidad líquida como la describen algunos (Zygmunt Bauman) no puede ser argumento suficiente para desentendernos del legado del humanismo en sus diversas vertientes.
No es esa una buena justificación para populismos, falta de responsabilidad en las expectativas y ofrecimientos al electorado en tiempo de campaña, pérdida de identidad, mantención de poder sin hacer y sin sentido, sino que sólo engañar tras el objetivo de parecer (video poder), para mostrarse en un sinfín de temas, pero no abordando en propiedad ninguno de ellos.
Todos esos elementos están más ligados a la carencia de virtudes políticas más que a líneas programáticas de Gobierno, por ello el asunto de fondo es la calidad de la política. Es decir, no interesan demasiado los objetivos propuestos por la administración de turno, parece que lo relevante es estar en sintonía con “aparentar” y no con la sustancia (contenidos, gestión pública, eficiencia y consecución de objetivos).
Esto último requiere de planificación (no improvisación) y actores muy claros en sus convicciones para que de la negociación política y los resultados de la negociación sean acuerdos consistentes.
El humanismo cristiano parece estar atrapado, por un lado por las nociones de sello individualista (liberales), la cual representa una visión de mundo o ethos cultural de occidente que se impone en la institucionalidad en términos generales, y por otro, con un complejo de inferioridad que le incomoda mantener lealtad a los principios vectores del personalismo.
En tal sentido, las distintas posturas religiosas, filosóficas, políticas y económicas no permitían un sincretismo tal que contribuya a reconocer los derechos fundamentales en un amplio acuerdo, siendo la tradición personalista cristiana la que de alguna manera se vacía y pierde espacio en la política social, económica y cultural del país. La tendencia a la vacuidad de los contenidos del humanismo cristiano, nos permite afirmar que es necesario salir al encuentro de la identidad cristiana.
Autores personalistas han señalado las diferencias del personalismo y el individualismo y para ejemplificar el triunfo de este último, Emmanuel Mounier afirmó que “los caminos de la camaradería, de la amistad o del amor permanecen perdidos en este inmenso fracaso de la fraternidad humana”.
Por su parte, Heidegger y Sartre lo han expresado claramente en su propuesta filosófica en cuanto a que la comunicación queda bloqueada por la necesidad de poseer y someter. Así, en una lógica de poder como fin (y no medio) podemos comprender el fenómeno que sucede en la política actual contemporánea, que en definitiva es el sin sentido de la política, la que afecta a todos, también a los humanistas cristianos, siendo ello una claro desafío para los personalistas.
Volviendo a Mounier, él nos presentó la causa primera del por qué las instituciones del orden económico se instalan sobre el egoísmo y gestionan estrategias contrarias a la protección de los derechos humanos.
En la misma línea, Jacques Maritain, nos ilustró con la revaloración de los derechos humanos en los tiempos modernos, ya que debido al concepto de soberanía surgido en tiempos de la monarquía absoluta en Europa, se modifican los conceptos de autoridad política y bien común, pero ambos autores jamás argumentan que el corazón de la Política conlleva intrínsecamente la voluntad de servicio a los demás;y que la comunidad es nuestra organización política de coherencia y sentido de vida.
En definitiva, una política de rostro humano donde el poder no sea sólo una capacidad transaccional, sino sobre todo, la legitimidad de representar el rico legado que trae consigo el humanismo cristiano, que al parecer ahora a tantos agobia. ¿Estamos los humanistas cristianos seguros de querer cortar con este legado cultural, político, económico y social?