Aunque probablemente más de alguien haya inaugurado “el segundo tiempo” del Gobierno en algún punto previo o lo haga más adelante, lo cierto es que, al menos legislativamente, este tendrá lugar desde marzo de este año. Tal como hacen los planteles deportivos en el entretiempo, es importante que los jugadores se detengan un momento a evaluar la estrategia.
Seguramente somos muchos los que habiendo votado por la Presidenta Bachelet y apoyado su Gobierno (aunque no sin críticas, pues somos leales, no tontos), quedamos con un sabor agridulce del primer tiempo.
Dulce porque son innegables los avances ya concretados en tantas materias: reforma al sistema electoral, reforma tributaria, ley de inclusión escolar, gratuidad universitaria para las familias más vulnerables, entre tantas. Agrio porque, más allá de los escándalos de corrupción que de por sí son suficiente motivo, sentimos que las reformas han costado mucho más sudor, lágrimas y sangre que lo recomendable.
Esta conclusión no es novedosa y seguramente debe ser una preocupación ya para la Moneda. Algunos acusarán a la mezquindad de quienes defienden sus propios intereses, muchos partidarios y detractores del Gobierno admitirán desprolijidades en la tramitación legislativa, otros harán un análisis más estructural del breve período presidencial de cuatro años, etc. Y probablemente todos ellos tengan parte de razón.
Sin embargo, quisiera aportar otro lugar desde donde mirar el problema, y que puede ayudarnos en el segundo tiempo. Me refiero al que Antonio Baggio, filósofo italiano, llamó el principio olvidado de la Revolución Francesa: la fraternidad.
Tal vez asociemos esa palabra a aquellas que no tienen muy directamente un contenido político, como el “amor” o la “bondad”. Sin embargo, recordemos que en un comienzo hacía tríada con las indudablemente políticas “libertad” e “igualdad”. Su recuperación como una categoría de esa naturaleza puede hacernos mucho bien en el debate nacional.
¿Pero qué es “fraternidad”? Sin animarme a una definición exacta, apelo a su sentido etimológico: tiene que ver con reconocernos hermanos, o si se quiere, como miembros de una misma comunidad política. Entonces, no da igual cómo avanzamos a mayores grados de igualdad en nuestra sociedad, ni cómo abrimos crecientes espacios de libertad individual. Es importante el cómo lo hacemos y el cómo lo fundamentamos.
Así como las más de las veces ponemos el acento en estándares OCDE, más o menos lucas, grados de igualdad material, o crecimiento económico, habría que hacerse también la pregunta ¿nos ayuda tal o cual reforma a reconocernos como parte de una misma comunidad?
¿Es fraterna la decisión de abordar el aborto como una libertad individual cuando lo que hay es un abandono de la mujer de todas las comunidades (familiar, escolar, nacional) que la rodean?
¿Era fraterna o comunitaria la versión original del proyecto de Carrera Docente, donde se establecía una relación docente-Estado, con casi nula injerencia de la comunidad educativa? Una mirada comunitaria puede incomodarnos desde distintos lados.
Si quieren valorar la fraternidad como categoría política, los que luchan por mayor igualdad, como hace el Gobierno, deben recordar los versos del poeta León Felipe: “Voy con las riendas tensas/y refrenando el vuelo/porque no es lo que importa llegar solo ni pronto,/sino llegar con todos y a tiempo”.
Habrá que abandonar un lenguaje hostil amigo-enemigo, habrá que escuchar más, que persuadir más, habrá que tener menos ansiedad, elegir las batallas, y jugarse tal vez por calidad antes que cantidad, en cuanto a reformas se trata.
Si, por otro lado, los que enarbolan el discurso de la libertad, y que se suelen sentir amenazados por lo que conciben como un intento homogeneizador de la sociedad, quieren también incorporar a la fraternidad en sus criterios, deben pensar si acaso es posible sostener una comunidad política en donde sus miembros difícilmente encuentran espacios donde puedan reconocerse como iguales.
Deberán cuestionarse si un sistema donde el acceso a un tipo de salud, educación, barrios, entretenimientos, cultura y áreas verdes, está condicionado a la capacidad de pago puede dar luz a una sociedad fraterna. Es posible que descubran que es razonable renunciar a ciertas libertades en favor de ello.
Y es posible que descubran también que no sólo los menos favorecidos se ven beneficiados.