Hace años venimos hablando del fin de la transición, del fin de un período histórico que ha sido bisagra entre la dictadura de Pinochet y el establecimiento de una democracia fuerte, moderna y desarrollada. En su momento pensamos que la transición terminaba con la detención del General Contreras o la entrega del mando del Ejército por parte de Pinochet o quizás con su propia muerte.
Creímos que estaba determinado por la eliminación de los senadores designados o por los cambios constitucionales de Lagos; quizás por el triunfo de la derecha tras cuatro gobiernos de la Concertación o más tarde por la reelección de una Bachelet empoderada y reformista. Pero probablemente ninguno de estos hechos ni otros han marcado con tanta claridad el fin de una época y el inicio de otra como los acontecimientos ocurridos este año 2015 en que la clase política y empresarial ha sufrido su peor crisis de confianza desde el retorno a la democracia.
La transición estuvo marcada por el tenso relato de una justicia en la medida de lo posible y la de una alegría que ya venía, el descaro y la desvergüenza de un sector político acomodado en su insaciable posición de privilegios o de un empresariado generando riqueza en colusión con la política, permiten hoy, pese al creciente descalabro de nuestra institucionalidad, mirar con optimismo las oportunidades que se nos abren en el futuro en la construcción de un país adulto y maduro tras los dolores propios de una crisis de adolescencia,.
En buena hora hemos despertado de nuestro letargo juvenil definido por el triunfo del individualismo neoliberal y por un autocomplaciente onanismo cultural que tiene a medio Chile indignado por el envilecimiento de lo público, la ambición desmesurada, el egoísmo galopante y la falta de credibilidad en las instituciones, que hechas para ser un bálsamo en la salvaje jungla del capitalismo en el cual estamos insertos, han merecido el desprecio atrevido de la ciudadanía cansada de eslóganes y promesas bobaliconas.
Aquí no se trata de borrar todo lo avanzado como advierten interesada y temerosamente los dueños del statu quo, tampoco de tener demasiado cuidado con no atreverse a modificar lo que haya que modificar.
El acuerdo sobre la gratuidad en la Educación Superior, el Proceso Constituyente, la desmunicipalización de la educación pública, los nuevos límites que se impondrán entre la política y los negocios, son todos proyectos quizás todavía imperfectos e incompletos, pero con seguridad el punto de partida de una etapa que inaugure el camino definitivo a la madurez de una democracia sin garantes ni padrinos.
Han sido tiempos difíciles, nos asusta la amenaza que esta falta de confianza destruya lo que queda de los frágiles cimientos de nuestra feble democracia recuperada, sin embargo, del propio descrédito de la gente, de la indignación ciudadana, de esa sensación de cambios que se respira en el ambiente, debe surgir la fuerza y madurez necesaria para cerrar esta larga transición e iniciar conforme al espíritu de una nueva Constitución Política un Chile más justo e inclusivo.