El terremoto y tsunami del 16 de septiembre agregaron nuevas dificultades a la compleja situación económica, social y política que ya enfrentaba nuestro país. La tarea de gobierno se ha hecho todavía más pesada.
Como sea, no queda sino afrontar la emergencia con la voluntad de demostrar que es cierto que, frente a las desgracias, los chilenos somos capaces de unirnos y de actuar con sentido nacional. Lo primero es, naturalmente, auxiliar a las familias de Illapel, Coquimbo, Tongoy, Combarbalá, Salamanca, Canela, Concón y otros lugares, cuyas casas quedaron destruidas o inhabitables, y también a quienes perdieron o vieron dañados sus locales comerciales, etc.
La tarea es enorme: remover escombros, limpiar las vías, asegurar el agua potable y la electricidad, demoler las construcciones más dañadas, instalar viviendas de emergencia, etc.Luego, habrá que reparar la infraestructura dañada, reforzar la protección del borde costero e impulsar otras obras, todo lo cual demandará grandes recursos.
Al César lo que es del César. Corresponde reconocer que la Presidenta Bachelet encabezó eficientemente la respuesta del gobierno desde la primera hora.
Gracias a que los informes técnicos no demoraron, el ministro Jorge Burgos entregó tempranamente la alerta de tsunami, lo que tuvo inmenso valor. La población valora que la mandataria y los ministros se hayan desplazado a la zona afectada para resolver las urgencias. Igualmente que Carabineros y las Fuerzas Armadas hayan cumplido con su deber de apoyo a la comunidad.
Es valioso que se haya consolidado una “cultura de emergencia” entre nosotros. Pocos países pueden evacuar en un par de horas y sin grandes trastornos a cerca de un millón de personas a lo largo de más de 3 mil kilómetros de costa. Podemos sentirnos orgullosos.
No cabe duda de que Chile ha aprendido de sus tragedias. El SHOA de hoy es mucho mejor que en 2010, también la ONEMI, y sobre todo hay una capacidad mayor de reacción del gobierno, las intendencias, los municipios, etc. Pero ya sabemos que las catástrofes dejan una tarea que no se podrá cumplir en poco tiempo. En las próximas semanas, vendrán inevitablemente las muestras de impaciencia de los damnificados porque no todo se arregla con la rapidez que ellos necesitan.
En esta hora, se impone el realismo en materia de gasto público. Solo la reposición de la infraestructura pública del puerto de Coquimbo se estima en más de 7 mil millones de pesos. Será obligatorio reasignar recursos en un momento de bajo crecimiento y alta inflación, lo que exigirá que la Presidenta le hable claro al país respecto de las prioridades.
Burgos ya dijo que habrá que apretarse el cinturón, y eso no será fácil de entender por parte de quienes creen que el Estado es una especie de Rey Midas. Será clave que Rodrigo Valdés, ministro de Hacienda, y Sergio Granados, director de Presupuesto, expliquen crudamente que el país enfrenta dificultades que podrían agravarse si no se actúa con disciplina fiscal. Lo primero es no sumar nuevos proyectos onerosos al presupuesto del Estado y, ciertamente, combatir el dispendio.
Ojalá que los pequeños cálculos políticos no prevalezcan en este momento. Frente a una situación tan difícil, necesitamos espíritu de comunidad, disposición de contribuir a las soluciones, verdadera generosidad.
En esta hora, la unidad es un imperativa. ¿Que aportará la Confederación de la Producción y el Comercio, la Sofofa, la SNA y los demás gremios empresariales?
¿Se les ocurre alguna manera de colaborar a los dirigentes de la CUT? ¿La Confech ya está inscribiendo brigadas de estudiantes universitarios para ayudar como voluntarios en la zona? Necesitamos que la solidaridad se exprese en los hechos.
La responsabilidad del gobierno es crear condiciones para la colaboración de todos los sectores. Como sabemos, la Presidenta ha enfrentado un período políticamente muy complejo, pero tiene hoy la oportunidad de mostrar que ella crece ante las dificultades. Deberá dedicar muchas energías a liderar los trabajos de reconstrucción. Obras son amores. Los chilenos valorarán si ella y el gobierno actúan con energía y diligencia.
Hoy es más necesario que nunca que la Presidenta despeje los focos de incertidumbre política. Eso implica dar una salida realista a las controversias legislativas sobre las reformas y, naturalmente, acotar la agenda para el tiempo que queda.
El gobierno no puede perder el tiempo en debates inconducentes sobre materias que no podrán zanjarse en este período, como la Constitución.
Hay que escuchar a esa mayoría que pide poner en primer lugar la lucha contra la delincuencia, los esfuerzos por mejorar la atención de salud y elevar la calidad de las escuelas públicas. A eso se han agregado ahora los inmensos retos que dejó la catástrofe. Solo sirve gobernar con los pies en la tierra.