Días atrás, en una entrevista, el ex presidente Lagos comparaba episodios de su administración con la actual, deslizando veladas críticas a la presidenta Bachelet. Más recientemente, el ex ministro Carlos Figueroa acusó de falta de conducción política a la mandataria.
A su vez, han tomado estado público supuestas diferencias entre la presidenta con sus ministros del Interior y de Hacienda, y no faltaron quienes sostuvieron que mientras éstos fueron convocados para enmendar el rumbo del Gobierno, ella insistió en seguir adelante con el programa. Personeros y directivas políticas mostraron solidaridad con los ministros, en un raro tironeo que, aunque desmentido, dejó una sensación extraña.
En todo caso, se trata de hechos que no pasan inadvertidos. Primero, porque se trata de fuego amigo que, lejos de enmarcarse dentro de la crítica constructiva, pone en duda la existencia del cuidado y lealtad indispensables para enfrentar momentos difíciles.
Segundo, porque proviene de líderes varones que subrayan la necesidad de enérgicos y contundentes procesos de toma de decisiones; sin embargo se alarman frente a la clara decisión de impulsar transformaciones importantes en materia tributaria, laboral, educacional, constitucional; frente al fin del binominal o la despenalización del aborto.
Paradojalmente suelen ser los mismos que hablan de ausencia de liderazgo y voluntad de gobernar.Estas voces se unen en curiosa armonía con las de sectores conservadores, conformando un coro anti-reformas que cada fin de semana hace presentaciones de gala en los medios tradicionales.
Aun no entienden que no será a fuerza de atacar a la Presidenta, ni de golpear la mesa, ni retrocediendo frente a los poderes fácticos que se recuperará la confianza de la ciudadanía, sino afinando las voces, ejercitando la escucha y, por sobre todo, el respeto.