Me refiero a una conducta social que se ve representado en la polaridad. A veces excesivamente triunfalistas y a veces excesivamente derrotistas. Al parecer el espectro de colores se reduce socialmente al blanco o al negro. Es posible constatar como en el fútbol, en particular experimentamos la experiencia de ser “lo máximo” estar aptos para ser campeones del mundo, pero basta una derrota para declarar que no tenemos futuro, que nos falta mucho para estar en las grandes ligas, y un gran etcétera.
En la historia política del país vivimos un periodo pendular. De la Revolución Socialista de Allende y la Unidad Popular, nos movimos al otro extremo de una dictadura militar de extrema derecha.
Con la vuelta a la democracia, parecía que la sangre derramada, el dolor y sufrimiento que padecimos, nos permitió ganar en sensatez. De hecho se obtuvo la democracia con la fuerza de la razón y no con las fuerza de las armas que algunos propiciaban. Eso demostró cual era el camino que debíamos seguir como país.
Siempre hay personas que tienden a exagerar su posición y poner las cosas en el simplismo de un blanco o negro. Actitud muy propia de la juventud, pero algo sorprendente en la conducta de adultos y más aún cuando estos tienen responsabilidad pública, allí ya entramos en el ámbito de la irresponsabilidad.
Un claro ejemplo fue el tema de la retroexcavadora para remover los cimientos mismos del actual sistema, dicho por un dirigente de la Nueva Mayoría que en su versión anterior, Concertación, han tenido la responsabilidad de conducir al país y hacerlo con real éxito al lograr niveles de desarrollo nunca antes conseguidos y una significativa disminución de la pobreza. Pero también es cierto que no con los niveles de equidad deseados y esperados. Pero nada indica que hay que hacer un borrón y cuenta nueva, sino las reformas requeridas para alcanzar esa mayor equidad.
Cuando se eligió a la Presidenta Bachelet se hizo por las reformas que proponía al país y no una revolución. Por lo mismo como toda reforma, se dan en un proceso de gradualidad debidamente estudiado y no en la pasión de cambios rupturistas que en muchos casos no miden sus consecuencias y los resultados en definitiva no logran el objetivo final que se persigue.
En los últimos días hemos vuelto a evidenciar estos rasgos de bipolaridad. Frente a la crisis de credibilidad de la política por las platas negras, los errores de conducción del gobierno por el apresuramiento en aprobar importantes leyes sin suficiente estudio y reflexión, la crisis de autoridad que se manifiesta en la percepción de inseguridad que vive la población, la manifestación de los camioneros que viene a representar la falta de soluciones de fondo en el tema Mapuche y también la crisis del sistema de justicia al no tomarse medidas apropiadas frente a la violencia; en todos aparecen los actores del blanco y negro.
También hemos tenido oportunidad de escuchar a parlamentarios y dirigentes sociales, que perdiendo la brújula, vetan a un participante del Consejo Consultivo del ministerio de Educación. ¿No luchamos contra una dictadura que por la fuerza impuso un modelo de sociedad para reemplazarla por una democracia que por esencia se basa en el diálogo, la diversidad de ideas y opiniones? Por el contrario, debiéramos agradecer todos los días el tener opiniones diferentes que nos enriquecen y no caer en lo que señala el Papa Francisco a sus Obispos, “escuchar solo a los que acarician mis oídos”.
Hay quienes representan la realidad como si estuviéramos en el mayor caos social y político, e incluso al borde del despeñadero. Sin duda alguna que son situaciones delicadas que merecen toda la atención y que requieren la búsqueda de salidas que aseguren una democracia más real en todos los ámbitos. Pero, por favor seamos sensatos. No existe una sociedad perfecta, ni una democracia perfecta, no existen gobiernos ni Estados perfectos. Como tampoco existen hombres ni dirigentes perfectos. Esa es la sensatez básica sobre la que debemos construir.
Ya vivimos la experiencia de ningunear la democracia y sabemos en lo que terminamos. Por eso se debe mirar el presente con realismo, en un momento único para la política,en una sociedad transparentada en todas sus conductas por las redes sociales y los nuevos medios digitales. Realidad que afecta absolutamente a todos los países del mundo, unos más y otros menos. Con mayores o menores escándalos, sin que ello signifique el “mal de muchos…”, sino alguna cuota de realismo.
Las aspiraciones para construir un país mejor son legítimas y de enorme valor, sin embargo siempre la política se debe mover entre “lo real y lo posible”. Somos un país joven, pero no adolecente. Por lo mismo se espera que todos los dirigentes actúen con algún grado de madurez. Las certezas las vamos construyendo entre todos y no solo con los que más gritan, reclaman, se quejan, protestan y menos con quienes rasgan vestiduras sin tener al menos el sano juicio de mirarse críticamente a sí mismo y a su entorno.
Si queremos ser un país grande que propicie el mayor grado de felicidad posible para sus miembros, en base a una mayor igualdad de oportunidades para todos, se requiere análisis serios y ponderados que viabilicen sus propuestas en el señalado contexto entre “lo real y lo posible”. Lo demás se torna una irresponsabilidad política que genera un tremendo daño al país y que tarde o temprano la historia cobrará.
La bipolaridad como conducta es aceptable y comprensible en la adolescencia, pero es una patología en la madurez.