Ya se habla de feminicidio. Como en la segunda parte de su primer gobierno. Es decir, la quieren destruir porque es una Presidenta mujer. Pero no. Es más que eso.
No atacan únicamente su identidad femenina. Apuntan tanto a su gestión como a lo personal. Ya no dicen “no da el ancho”, sino que “no tiene capacidad” (léase, “no quiere transar el programa”); que en momentos de crisis ha sido “más madre que Presidenta” (léase, “debió quemar en la hoguera pública al hijo chueco”). Ahora han llegado a usar la carta de los camioneros en paro y la descalificación personal inventándole vicios.
No hayan cómo hostilizarla más para empujarla a la renuncia. Algo que no es opción para una mujer fuerte, resiliente y gobernanta responsable como Michelle Bachelet.
Ocurre que la derecha, los grupos económicos y sobre todo financieros, no soportan que se cambie el modelo, que es lo que el pueblo le pidió y ella le ofreció en su programa de gobierno. Ese que ganó en las urnas hace menos de dos años.
No soportan cambios aunque ese modelo se derrumba a cada rato, como ocurrió con la debacle de 2008 y ahora, con el “lunes negro” de las bolsas mundiales.
Nunca arremeten, por el contrario, admiran a las gobernantas mujeres que han criado el neoliberalismo y lo defienden hasta las últimas consecuencias: ayer a Margaret Thatcher, que lo implantó en el Reino Unido. Y hoy a Angela Merkel, en Alemania y la Unión Europea, que hizo saltar al gobierno rebelde de Alexis Tsipras en Grecia, aún después de haberse sometido las reglas que se le imponían. Como recordarán, esto dividió a su partido progresista Syriza, desatando una grave crisis, la misma que quisieran provocar aquí.
Lo peor del turbulento momento que vivimos es que la coalición de Bachelet, la Nueva Mayoría, está sufriendo una trizadura parecida justo cuando debería estar más unida que nunca para enfrentar al enemigo, ese que quiere detener las reformas. Todos sus partidos deberían reforzar su unión para seguir apoyando con más fuerza el programa que juraron llevar a cabo durante la campaña… cuando se peleaban por tomarse fotos sonriendo junto a ella… ¿No les da un poco de vergüenza tanta inconsecuencia y deslealtad?
Mientras tanto, simultáneamente, en el primer mundo, un diario al que no se podría tildar de favorable a ella, como The New York Times, informa que su nombre se menciona como una de las candidatas a suceder a Banki Moon, el Secretario General de Naciones Unidas.
¿Cómo se entiende esto? ¿Es que la derecha internacional también tiene “dos almas”? ¿Una que defiende su modelo con guerras esparcidas por los continentes y otra espiritual que aboga por un mundo más solidario, más humano, en la ONU donde podría estar Michelle?
Hace poco vi el documental chileno “Chicago Boys” de Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano. Debiera exhibirse en las escuelas como un audiovisual pedagógico sobre nuestra historia reciente. Narra paso a paso, en boca de sus protagonistas, cómo implantó el neoliberalismo en nuestro país. Ya no es Naomí Klein, a la que llaman loca, porque fue la primera en describirlo crudamente en “La doctrina del shock”. Son los propios Sanfuentes, De Castro, Fontaine y Lüders quienes lo cuentan. Expresan con orgullo haber adorado a Milton Friedman en su cuna, la Universidad de Chicago, y haber conquistado para Chile a “Alito”, el segundo de a bordo,Arnold (Alito) Harberger, visitante más que frecuente.
Y se aplauden de haber parido un país con un per cápita a punto de hacernos pasar al mundo desarrollado, siempre que el Estado se mantenga ajeno a la suerte de los desafortunados que pierden en esta ruleta del mercado, como recomienda el mismo Friedman en la película.
El documental termina con las protestas masivas de 2011 en la Alameda con los chilenos clamando por un nuevo rumbo, que es lo que Bachelet recogió cuando todavía estaba en Nueva York trabajando por un mundo mejor para la mujer. No queremos que tenga que lamentar haber dejado una tarea destinada a la mitad de la humanidad por venirse –a nuestro pedido – a mejorar el futuro de sus 17 millones de compatriotas, que hoy no se lo reconocen como merece.
Muchos despotrican indignados por estos ataques pero muchos otros también callan en sus oficinas o en sus casas, en vez de salir a las calles como hicieron en Argentina para apoyar a Cristina en sus peores momentos o en Brasil hoy para darle fuerzas a Dilma. ¿Dónde están los chilenos? ¿Dónde están las “mujeres con Bachelet”?
Nuestro lugar hoy es en las calles apoyando el moderado programa de cambios al capitalismo salvaje que nos afecta y que hace agua en el mundo. Uno que en nuestro país se jacta de haber erigido el edificio más alto del continente, pero desde el cual, hasta los ciegos con buena voluntad pueden divisar los cientos de campamentos que apenas albergan a quienes perdieron el juego de Milton Friedman.