En el relato en línea por una radio la noche de los camioneros, pude escuchar nuevamente a los sesenta y tres años frases incrustadas en mi memoria, como:
“Facistas, golpistas, perros de los ricos”.
“Y va a caer, y va a caer…”
Se había logrado despertar a los monstruos, y el imaginario colectivo se llenó de imágenes y recuerdos que parecían sepultados en lo más recóndito de la memoria secreta de la historia.
Porque el “homo simbolicus”, vive también en el flujo de la historia simbólica cultural a través del mundo imaginario-real colectivo, lleno de fuerzas ocultas, símbolos y mitos que escasamente son controlados por la razón, pero que son capaces de afectar fuertemente el comportamiento y la realidad cotidiana personal y colectiva.
Las representaciones mentales, o unidades cultura-genes (“menti-facts”), parecen ser capaces de transmitirse y evolucionar de generación en generación y desplazarse geográficamente.
Es decir, están siempre vivas.
Allí es donde viven también los monstruos imaginarios que gustan salir de paseo especialmente en la oscuridad de la noche.
Al atardecer, los camioneros y los manifestantes pasaron sin darse cuenta a vivir en la historia de ese mundo imaginario y a luchar contra sus propios fantasmas y espectros.
El gobierno, después de tratar -sin darse cuenta-, de luchar en la historia real con lo imaginario, no le quedó más que (tardíamente), convertirse también en un fantasma imaginario monstruoso y algo torpe (por su tamaño), que salió a dar una lucha que fue imaginaria contra un enemigo imaginario.
El problema es que lo imaginario sí engendra nuevas realidades que ya no son imaginarias, las que a su vez, engendran realidades que habitan en la otra historia, la imaginaria.