Vengo llegando de Montedónico, una zona de Valparaíso ubicada arriba del cerro Playa Ancha, donde los niños y los perros se cruzan en pequeñas calles y donde las mediaguas se encaraman sin piedad, intentando aprovechar hasta el último centímetro de tierra.
A propósito de ollas y cacerolas, tan famosas hoy por hoy a raíz de protestas de vecinos por la delincuencia, aquí también hay ollas, montadas en braseros o en improvisadas cocinas donde la palabra solidaridad tiene una profunda connotación.
Y si bien no me cabe duda que en Montedónico, como en muchas otras poblaciones del país, hay legítimas razones para protestar o reclamar, aquí, la olla, es común reúne y convoca, suma historias y lamentos.
Es que, como casi todo en la vida, no hay una sola lectura ni una sola realidad. Y, aquello que ocurre, se percibe desde la historia personal y colectiva, muchas veces tan distinta, dependiendo del lugar en que se viva y cómo se viva.
Nadie podría negar o pretender invisibilizar el legítimo derecho a manifestarse de quienes sienten que la delincuencia amenaza sus vidas. Muy por el contrario, pero, también es cierto que ello no ocurre sólo en ciertas comunas. En otras, a la delincuencia hay que sumar drogadicción, violencia intrafamiliar, alcoholismo, niños abusados, prostitución infantil… Definitivamente, la delincuencia no camina sola, es la desigualdad la que acompaña cada uno de sus pasos.
Esa invitada que no quiere irse y que a ratos se olvida entre tanta trenza política y agenda repleta de frases que buscan explicarlo todo. Realismo, renuncia, botones de pánico, atajos; mientras, la desigualdad aumenta, persiste y sigue carcomiendo a miles de chilenas y chilenos, provocando no sólo delincuencia, sino una cadena de hechos conexos que tienen allí su origen.
No son pocos los académicos que han asegurado, con evidencia empírica, que la desigualdad aumenta la tasa de criminalidad y de paso, obviamente, la productividad y el desarrollo económico de un país.
Algunos datos al respecto. Chile es el país con mayor desigualdad salarial de los 18 Estados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Esto, según un informe que indica a la pobreza infantil, los empleos informales y la desigualdad de género como los problemas más preocupantes del mercado laboral chileno.
La diferencia de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre , en el 2013, era de 27 contra 1. Si la desigualdad se calcula en función del coeficiente Gini, diseñado específicamente para medir las diferencias salariales, Chile es el país más desigual del llamado club de los países ricos.
Por eso, propongo una mirada más integral. No se trata sólo de más o menos carabineros para combatir la delincuencia; ni sólo de más o menos controles; ni tampoco de quien golpee más fuerte las cacerolas. Hay demandas pendientes que no podemos dejar entre paréntesis. El realismo también implica inteligencia y creatividad para enfrentar los desafío y, en este caso, la desigualdad apremia e invoca.
Si queremos crecer, es perentorio hallar la forma de reducir esas brechas que provocan; estoy seguro que las cifras de delincuencia comenzarán a disminuir, y no habremos llenado las cárceles ni tampoco desterrado a quienes vulneran la ley, tampoco habrá impunidad ni chipe libre. Estaremos dando un paso hacia un colectivo con más oportunidades, donde ello implica, por consecuencia, estabilidad y paz social.