El proyecto que busca poner límite a la reelección en cargos públicos ha generado bastante polémica durante esta última semana. La iniciativa propone limitar los períodos de los senadores y diputados. El límite sería de dos períodos (16 años) para los senadores y tres (12 años) para los diputados.
Sin embargo, hace pocos días, el ejecutivo incorporó un componente geográfico que ha causado revuelo y polémica. El componente consiste en que el límite de períodos estaría asociado al distrito o circunscripción senatorial según sea el caso, es decir, si por ejemplo un diputado cumple su límite en un distrito, eventualmente podría competir por un nuevo distrito. Este subterfugio evidentemente permitiría saltarse el límite.
Diversos sectores, en especial los diputados más jóvenes que componen la denominada “bancada estudiantil”, reaccionaron con indignación frente al tema. Karol Cariola (PC), por ejemplo, señaló que esto permitiría una reelección indefinida, generando un escenario donde varios congresistas siguen en su cargo durante décadas, tal como sucede hoy.
Con declaraciones como esta hay que tener mucho cuidado, principalmente porque carecen de precisión. Hoy menos del 10% de los congresistas han ejercido cargos desde 1990 a la fecha. Por otra parte, si se aprueba este proyecto y se aplica a los congresistas en ejercicio, 46 diputados actuales, casi un 40%, no podría optar a la reelección. Ahora bien, después de cada elección de senadores y diputados en Chile, cerca de un 40% de nuevos rostros ingresan al congreso. En definitiva, este proyecto de ley no cambiaría sustancialmente la realidad actual.
El problema es que se renuevan las personas, pero no se renueva la representación. Son los mismos partidos los que ganan los escaños y no se incorporan nuevas fuerzas políticas o minorías de algún tipo.
Cuando una nueva fuerza política o un movimiento emergente logra obtener un escaño, es algo tan marginal que finalmente no tienen mayor poder de negociación y aquellos individuos asumen posturas muchas veces populistas, pues como no tienen capacidad de influir en el quehacer legislativo buscan “mediatizar” sus posiciones para garantizar su reelección. De esto hay varios ejemplos en el congreso actual.
El poner límite a la reelección es el camino fácil, y como todo camino fácil no es el mejor. Aquí el elemento clave pasa por reformar los partidos políticos y garantizar la competencia al interior de ellos, transparentando el proceso de selección de candidatos, el cual hoy es una “caja negra” con situaciones tan opacas como descuadres en los padrones y poca transparencia en los procesos electorales.
El acento tiene que estar puesto en el cómo se seleccionan los candidatos que competirán por los cargos de elección popular y garantizar que existan la menor cantidad de barreras posibles, evitando que grupos de poder al interior de los partidos armen “máquinas” imparables y se vuelvan intocables. El límite a la reelección es una mala propuesta con ribetes populistas.
Lo más fácil y popular es apostar por limitar la reelección, sin embargo, en estricto rigor en Chile la tasa de reelección es baja comparada con otras democracias. Por otra parte, este límite pone en jaque la idea de profesionalización de la política.
Es deseable tener políticos con experiencia en asuntos públicos, sería absolutamente ineficiente prohibirles competir cuando ya han ganado experiencia que puede beneficiar el trabajo legislativo. A ninguna persona lo entrenan en un puesto de trabajo para decirle que luego debe comenzar a hacer otra cosa, eso no genera curvas de aprendizaje y es absolutamente ineficiente.
Lo que se debe garantizar es que cualquiera que quiera competir con aquel político experimentado lo pueda hacer, y que la única desventaja que tenga frente a este político experimentado sea el crédito que éste tiene entre sus electores.
El problema de estas reformas es que no están pensadas para apoyarse mutuamente. La ley de financiamiento de la política, las primarias, el voto voluntario, entre otras iniciativas, son muestras de la falta de pensamiento sistémico aplicado a las reformas políticas.
Son reformas aisladas que no interactúan entre sí, muchas veces influenciadas por un amateurismo y posiciones populistas. Es importante pensar con seriedad cómo mejorar nuestra democracia, no con base en lugares comunes e ideas populistas. Paradójicamente quienes claman por renovar la política son los que menos seriedad aportan a la discusión.