Bastante se ha especulado sobre qué quiso decir Michelle Bachelet al anunciar la semana pasada el inicio de un “proceso constituyente” a partir de septiembre próximo. Desde quienes abogan por la asamblea constituyente hasta quienes la desechan por ser el súmmum de todos los chascones males, se le alaba o se le critica dependiendo de la postura previa del interlocutor.
Hay reacciones para todos los gustos, siendo cuatro las combinaciones posibles. Siguiendo una lógica matemática, claro está.
Entre los que impulsan la AC, un grupo –el más ultrón, por decirlo de alguna forma- le critica que no haya utilizado el concepto “asamblea”, asumiendo así que ya desechó tal mecanismo. Dentro de este mismo universo, pero más cercano a la Nueva Mayoría y con una fe incombustible en la Mandataria, se encuentran quienes escucharon “constituyente” y llegaron automáticamente a la conclusión que ella sí estaría disponible para una tarea de tal envergadura.
En la vereda opuesta están los que sienten un patológico terror por la autodeterminación de los pueblos, soberanía popular mediante. Desde este grupo ya se escuchó enérgicamente que no estarán los votos para cumplir con los supuestos oscuros y asambleísticos designios de Bachelet.
Y están los otros, los que con cierta autocomplacencia se muestran satisfechos con que se haya sepultado tamaña locura.
Ante tal enredo, lo único concreto es que Michelle Bachelet no fue clara. Probablemente no por una confusión en el discurso, sino simplemente porque es parte de una estrategia que viene desarrollando desde que asumiera nuevamente el desafío de ser Presidenta de Chile. Ni muy lejos que te queme, ni muy cerca que te congele. La indefinición en ciertos temas complejos. O mejor dicho, asumir una postura que permita múltiples interpretaciones.
Como esa historia india en que a varios monjes ciegos se les pide que palpen una parte de un elefante y digan qué es lo que tocan: una cuerda, el tronco de un árbol, un abanico, una pared son algunas de las conclusiones. Quien escuche a la Mandataria en los temas más peliagudos, tendrá la misma sensación.
Algo así como la goma guar, ese complemento culinario anodino que espesa las comidas pero que en el fondo no cambia el gusto de lo que se ingiere. O, si me apuran un poco, como el test de Rorschach (sí, lo googleé) donde al final el paciente enfrentado a indescriptibles figuras simplemente ve lo que en su fuero íntimo quiere ver.
Donde sí se equivoca Michelle Bachelet es al decretar, desde el púlpito presidencial, el inicio de un proceso constituyente a partir de septiembre, mes patrióticamente emblemático. Es loable el intento, por cierto, pero en el caso chileno ese tránsito ya comenzó.
Y partió hace ya varios años, gracias a ciudadanos y organizaciones que impulsaron en diversos espacios el debate sobre la Constitución y el mejor mecanismo para su modificación. Un camino que la institucionalidad, incluida la ex candidata y hoy Presidenta, pareciera seguir a regañadientes, obligándose primero a proponer una nueva Constitución, para plantear posteriormente que dicho recorrido será “institucional, participativo y democrático”. Hoy escuchamos “proceso constituyente”, y eso ya es un avance. Al debe aún -no podríamos decir lo contrario- pero camino constituyente al fin y al cabo.
Porque los ciudadanos no están para adivinar el futuro. No les corresponde, cuales oráculos del ayer, pronosticar qué hará –o no hará- determinada autoridad. Y según el resultado, ponerse a llorar o explotar de alegría.
El trabajo es saber leer las señales del presente, proyectarlas al mañana y a través de sus resultados definir las líneas de acción para avanzar hacia el destino buscado. En nuestro caso, la asamblea constituyente como el medio más democrático para dotar a Chile de una nueva Constitución.
Teniendo claro aquello, el resto es música incidental.