En estas últimas semanas las redes sociales se han tomado el protagonismo en las comunicaciones. Ya sea por los escándalos políticos o más recientemente por la situación de las víctimas tras los aluviones en el norte del país, han sido las redes las que han intentado reemplazar a los medios de comunicación tradicionales en la tarea de aportar datos respecto del estado de las cosas, prometiendo con cierta frecuencia la información que no da la prensa tradicional.
En esta apariencia que adquiere la información alternativa que se transmite por Twitter, Instagram o Facebook hay una especie de promesa y, a la vez, una afirmación, y ambas requieren un cuidadoso análisis.
En primer lugar, al decirse que se entrega lo que no contiene la prensa se apela a una especie de morbo por parte del público que ayuda a llamar su atención y, por lo tanto, a la reproducción de los antecedentes aportados por particulares que no tienen la responsabilidad legal ni ética de los medios de comunicación formales.
Al ser información no oficial se le da un tono de secreto, de verdad clandestina pero en definitiva se trata de rumores, muchas veces sin base verdadera ni una fuente autorizada. Es el “dicen que” que, en definitiva, tiene atractivo para un público que quiere creer que hay cosas ocultas pero que, al final, está ansioso por el chisme.
En segundo término, al prometerse una información alternativa a la oficial, se socava la autoridad de los medios tradicionales y de las fuentes de información responsables. Al decir que hay una verdad oculta se está diciendo que hay un engaño, y eso es especialmente grave al momento en que las personas tienen que tomar decisiones porque se implanta el germen de la desconfianza.
Los partidarios de las teorías conspirativas se refocilan con la posibilidad de ver cumplidas sus suspicacias. Al fin, alguien les dice lo que quieren saber en lugar de transmitir lo que efectivamente es.
El rumor sólo es posible cuando los canales formales de comunicación no cumplen con las expectativas del público, en términos de calidad y cantidad de información sobre los hechos que importan, o cuando se ha implantado la desconfianza como primera reacción ante el contenido de los medios de comunicación tradicionales.
Los tiempos de controversia y de sospecha sobre las figuras nacionales son también una gran ayuda para que los rumores se extiendan con mayor facilidad, hasta el punto en que adquieren tal fuerza que tienen la capacidad de sustituir la verdad.
El poder del rumor es tan grande y difícil de contrarrestar que resulta tentador emplearlo como arma de comunicación política, ya que resulta muy difícil ser creíble al momento de desmentir una información falsa.Siempre queda la duda enraizada en la mente del público, aunque la racionalidad indique que el rumor no es efectivo.
Por otra parte, la opción de reconocer como cierto lo que se rumorea significa desmentirse a uno mismo y aceptar que se ha mentido. Y al mentiroso nunca se le perdona. Por eso, tiene plena vigencia el refrán que señala que “es mejor ponerse colorado una sola vez que cien veces”.Siempre resulta más efectivo actuar con la verdad y, si se tienen dudas sobre esta, explicarlo de esa manera.
Es por eso que hay que tener especial cuidado con las informaciones que se comunican por las redes sociales, asumiendo como premisas que son como piedras que se lanzan desde la masa, en las que nadie se hace responsable.
Muchas veces tienen un propósito oculto, es decir la intención concreta de provocar el descrédito de otros y, en definitiva, tiene tanta responsabilidad el primero en esparcir el rumor, como el que lo repite y quien lo cree.