El Cardenal Raúl Silva apareció aparentando una pícara timidez en nuestra reunión clandestina de Punta de Tralca. Boina, poncho y bastón, como en las clásicas fotos. Nos pusimos de pie respetuosos y a la vez curiosos por esta inesperada presencia del prelado.
Llovía como antes, intensamente en una tarde noche de julio de 1977 y un grupo de economistas debatía sobre cuales elementos del nuevo modelo de mercado podrían ser rescatables para el futuro. El giro hacia la liberalización económica se intensificaba bajo los predicamentos de la escuela monetarista de Chicago, la dictadura de Pinochet cerraba el trato con los “muchachos” de Milton Friedman de una manera implacable.
El general ponía la fuerza y la represión, sus nuevos consejeros, el modelo económico.Quiebras industriales, inflación y cesantía aparecían en el horizonte de la vida diaria de los chilenos. Pero también se gestaban algunas iniciativas de exportación.“Impresionantes parronales con uvas para el mercado norteamericano”, apuntó uno de los conversos del modelo que no eran pocos en la sala.
El jesuita Mario Zañartu y el sociólogo Claudio Orrego Vicuña habían organizado este seminario en la Casa de Retiros del Arzobispado de Santiago en la costa del Chile central.El Cardenal Silva Henríquez expresó su preocupación y también su descontento con lo que estaba pasando. Tomó la palabra y dijo, recuerdo casi literalmente.
“Esta economía está destruyendo muchas cosas, no hay crédito, o si lo hay es con intereses de usura. Sí, la usura existe, me lo enseñó mi profesor de Derecho Comercial don Darío Urzúa en la Universidad Católica. Los intereses superiores al dos o tres por ciento son usurarios e ilegales.”
Y además, prosiguió, “este modelo es de libertinaje, no de libertades. Recuerden el dicho antiguo: en arca abierta, el justo peca. Lo repitió, en arca abierta, el justo peca”. Y describió como en su concepto se habían abierto miles de arcas para sacar ventajas y apropiarse de lo ajeno.
Un tímido aplauso nuestro y se retiró saludando a los economistas reunidos clandestinamente bajo su protección. Recuerdo un comentario de dos economistas que dijeron.
“Qué se meten los curas a opinar sobre lo que no saben, si la tasa de interés es una fórmula matemática que relaciona la oferta de dinero con la demanda.Mejor que se queden callados”.
Han pasado casi cuarenta años, muchos justos de antaño aparecen complicados en negocios raros, enfrentan investigaciones y penas, se multiplican las falsedades ideológicas y aparecen maquinarias de defraudación para eludir impuestos, se descubren colusiones y abusos.
El Cardenal Silva Henríquez tenía razón. La usura y la mala economía existen. En el rincón de la sala un pediatra clandestino grabó en su mente las declaraciones éticas del obispo.