La Seremi de Transportes y Telecomunicaciones prohíbe a los buses rurales dejar pasajeros en el Hospital Regional de Valdivia.
Este es un titular que solo podría leerse en un país desquiciado, desquiciado en varios de los sentidos que señala la Real Academia : desencajado, trastornado, algo descompuesto, “a que se le ha quitado la firmeza con que se mantenía”. Y la firmeza no puede ser otra que la que brindan sus ciudadanos.
No obstante, en este remedo de república, a los desvalidos se condena a expiar y purgar las culpas de los poderosos. Se les quita del medio y por sobre sus vidas se construyen obras que a otros sirven.
Las cuatro y media de la mañana sorprende a las ancianas y ancianos de Ancapulli, Chosdoy, Milleuco o Huitag. Les sorprende porque ese día los espíritus inescrutables del bajo les consiguieron horas médicas.
Bajan a paso lento hasta los cruces de los caminos principales y esperan, esperan, esperan, hasta que pasa la locomoción que va a Panguipulli. Y allí una nueva espera, un mate para el frio, los huesos duelen. Aguardan la micro que les dejarán en el Regional a la una o dos de la tarde, nunca se sabe. La cita es a las tres pero, nunca se sabe, a las cinco están saliendo con la orden para un examen para el que no hay hora sino hasta mayo. Y vuelven a los cerros, con una bolsita de remedios, esperando tener suerte en mayo, que los exámenes no salgan mal y que puedan volver a casa, a ver a los animales, los nietos y la casa.
Pero estorban. Los colegios particulares de Valdivia generan congestión. Los autos, porque vaya que ha crecido el parque automotriz, se desplazan a tranco lento y eso que están diseñados para andar rápido. Nadie quiere perder tiempo, amén que las obras públicas de la ciudad se han convertido en hazmerreir nacional, especialmente el puente Cau Cau, lo que hace que el tránsito de buses rurales e interurbanos, camiones y autos de bien deban compartir la misma vía para ingresar a la ciudad desde el norte. Y está claro que las ancianas y ancianos que vienen al Hospital Regional los hacen en vehículos que en rigor constituyen parte importante de la historia viva del transporte colectivo en el país.
¿Qué razón tendrían para venir a la ciudad los habitantes del interior que no fuera la salud?Algunas compras, los trámites y, naturalmente, a votar. A votar. A votar por los mismos quienes les privan del acceso directo al hospital (donde directo es más bien una metáfora). No basta con una, dos o tres escalas. Una cuarta hace falta para completar la penitencia: han de llegar al terminal de buses – rodoviario llaman a este pobre servicio concesionado – y de ahí, si el dinero lo permite, tomar la 20 o la 4 o un colectivo 50 que, previo pago de quinientos pesos por persona, pueda llevarles a destino.
La distancia que separa a la Seremi de Transportes de quienes se transportan a la ciudad desde el interior no es muy diferente de la que separa a los ciudadanos de sus gobernantes. Condenados a pagar sus impuestos, a disputar migajas de salud a costa de puñados de monedas, de rasguñar pensiones de vejez por la vía de cotizaciones obligatorias. Nada de esto es diferente a lo que ocurre en Valdivia. Hay que fortalecer las instituciones, hay que conferirles poder y creer en ellas, y, progresivamente, abandonar la fuerza propia. Es la consigna del día y contamos los días para que las cosas terminen bien. Para volver a nuestras casas sin un diagnóstico adverso, agradeciendo al sistema médico por haber reparado nuestras averías, aunque de por medio hayamos vendido la casa y juntado, merced de un bingo entre familiares y vecinos, ochocientos mil pesos que en algo alivian los cincuenta millones en deudas que nos van quedando.
Si de magia se trata, yo preferiría importar un Presidente. ¿Se podrá? ¿Uno con mayúscula? Uno a quien no tenga que ver en vehículos blindados, vehículos y motos policiales a los que molestan los peatones. ¿Habrá alguno que ande en un escarabajo, que dé un aventón a un trabajador rural?
¿Habrá un presidente en el mundo disponible para nosotros?
¿Habrá alguno que no esté dispuesto a cobrar a los ancianos en los transportes públicos?
¿Alguno que no obligue a las ambulancias y a los vehículos de emergencia a pagar el peaje cada vez que circulen por una autopista? Tal vez lo haya, pero ¿se podrá importar? ¿No habrá objeciones técnicas entre tanto acuerdo bilateral que lo impida?
Aunque ¿no sería más aconsejable inventar de nuevo la mejor manera de enquiciar el país, de ponerlo en orden, de afirmarlo? ¿Habrá algún modo que no sea el de repetir una y otra vez una de las canciones de Los Prisioneros para convencer a quienes nos han gobernado que, para ellos, es hora de tomar vacaciones, que han trabajado mucho y que – como decirlo – las cosas no fueron como dijeron que iban a ser?
¿Habrá manera de restablecer la cordura, de vivir de otro modo, de garantizar a los ancianos de Reihueco que el país les quiere? ¿Habrá modo de encontrar otra forma de vincular al pueblo con sus gobiernos?