Ayer, en el Día de la Mujer, conmemoramos a las obreras textiles que murieron calcinadas en Estados Unidos en el siglo pasado y celebramos los avances que hemos logrado en los últimos años quienes constituimos más de la mitad de la humanidad.Conquistas que conseguimos como “mono porfiado”: nos golpean en el suelo, pero volvemos a levantarnos.
Más de 5 mil mujeres aplaudieron y vitorearon a la Presidenta Michelle Bachelet ayer en la mañana en la Plaza de la Ciudadanía. No se percibía ninguna diferencia con el apoyo que siempre ha tenido entre las mujeres chilenas, pese al vendaval que debió enfrentar hace poco durante su descanso a orillas de un lago.
Es que las mujeres comprendemos mejor que los hombres que por mucho que nos hayamos esmerado, una no puede ser responsable en un cien por ciento de los hijos que crió. Y sabemos con certeza que los hijos adultos, y quizá desde mucho antes, son otras personas. No son derivados ni menos réplica, por mucho que compartan nuestro ADN. Por eso aplaudimos a la Primera Presidenta mujer y a su programa de gobierno, que ayer dio un paso más con la promulgación del ministerio de la Mujer y la Equidad de Género.
Hoy en el mundo tenemos 19 Jefas de Estado, y un 21,9 por ciento de mujeres ocupan escaños en los Parlamentos. Aumenta en el mundo el número de niñas que estudian y completan su enseñanza media y el número de trabajadoras fuera del hogar. ¿Habría que seguir exigiendo igualdad de oportunidades?
De los 193 países del mundo, sólo el 10 por ciento cuenta con gobernantas mujeres. En varios países islámicos, aún son amenazadas de muerte las niñas que quieren educarse y en todas las guerras actuales nos siguen considerando botín de guerra. La explotación de la mujer en el trabajo no sólo se mide por la enorme brecha salarial en la oficina con los compañeros varones, sino también porque volviendo al hogar debemos continuar trabajando en servir a la familia. La democracia en el país avanza más rápido que en la casa.
Por eso nos sentimos orgullosas cuando Michelle Bachelet asumió la primera dirección ejecutiva en ONU-Mujeres en Nueva York, y que convocara a una reunión del organismo en Santiago encabezada por la sudafricana Phumzile Mlambo-Ngcuka. No sólo vino la nueva directora sino también Ban Ki-moon, Secretario General de las Naciones Unidas, como un respaldo mundial a las políticas de empoderamiento de la mujer. ¡Y qué poca difusión tuvo este acontecimiento!
La prensa estaba más preocupada de responsabilizar a la Presidenta por la enorme falta a la ética y a sus principios de su primogénito. Con eso, la oposición buscó un nuevo “empate” por el caso Penta y puso el dedo en la llaga: la mayoría de las mujeres no sale al espacio público por acompañar a los hijos en el hogar. Y las que lo hacen, se sienten culpables el resto de sus vidas por mucho que hayan contribuido al bienestar de la sociedad en que viven. Michelle Bachelet no ha salido incólume de este misil.
En otros países del Cono Sur donde nos enorgullecemos de tener mujeres Primeras Mandatarias, los ataques son por otro lado: la corrupción económica en Brasil que sofoca a Dilma Rousseff, reelegida por el soberano hace apenas cinco meses. O las acusaciones insidiosas a Cristina Fernández en Argentina por el caso AMIA, responsabilidad que ya fue desmentida por el juez, aunque sin la misma publicidad.
Es duro el sillón presidencial cuando lo ocupan mujeres. Pero como “mono porfiado”, hay que pararse y seguir…