Somos testigos en tiempo real, de la historia de un crimen: del asesinato de la ética, y por lo tanto, de la verdad.
Este es el verdadero crimen, “un crimen perfecto”.
La ética ha muerto y la mataron sus propios creyentes, o quienes predicaban su valor. Por lo menos así parece ser en nuestro país, aunque si uno mira el escándalo de Petrobras en Brasil, con el PP en España, y otros episodios de corrupción o situaciones donde la vida de la otra persona y el bien común no tiene valor alguno, el fenómeno tiene características generales en el mundo de los negocios, la política, la guerra, y la violencia en todas sus dimensiones fácticas y simbólicas.
“Siempre ha pasado”, “no he hecho otra cosa que lo que todos hacen”, es el discurso de los agoreros que anuncian la muerte de la ética.
Vivimos según Adela Cortina, la era de “la esquizofrenia moral”, la esquizofrenia entre lo dicho y lo hecho, que se abre en una brecha irracional entre estos dos aspectos de una sola realidad.
¿Qué sucede después de la muerte de la ética?
Tentado de parafrasear, puede ser, que definitivamente “todo sea posible”, o desde otra forma, el “mal” que siempre ha existido, comience a hacerse definitivamente transparente acorralando a una verdad que retrocede, para morir relativa y temerosa frente al poder del ambicioso hombre-dios.
La admiración por los poderosos y el desprecio por los más débiles, amplificada por el humanismo de la indiferencia frente al dolor y el sufrimiento del otro, y cultivadas en el reino de la ambición y el egoísmo desmedidos, siempre nos está pasando dolorosamente, su cuenta.
Eso sí, se nos olvida, que los dioses del poder y el dinero, son dioses cruentos, y cada cierto tiempo exigen sacrificios aún entre sus propios acólitos y creyentes. Por suerte para todos, los sacrificios son hoy espectáculos televisados para nuestra educación, entretención y alborozo.
Pero, no nos equivoquemos, estos dioses son inmortales y, viven de los sacrificios de su propia creación.
Los sacerdotes humanos de la justicia, no hacen más que oficiar en rituales que les recuerdan a ellos y sus adoradores, que no son más que dioses caídos y, que de vez en cuando, tienen que ser sacrificados para asegurar su propia supervivencia.
Necesitamos una gran revolución para este siglo pos ético, o no será (aunque la frase original de A. Malreaux, era: “este siglo o será religioso o no será).
Al respecto, “la mayor revolución es tratar de ver el mundo como lo ve el otro”, nos recuerda el escritor Sergio Ramírez.
Tiene razón, así como el Papa, cuando nos recuerda la ética del servicio y la gratuidad amorosa.
Quizás el libro rojo de esta revolución sólo debiera tener tres máximas revolucionarias libremente voluntarias:
1.- “Yo soy el guardián amoroso y justiciero de mi hermano y hermana”, especialmente si es más débil, excluido y marginado.
2.- “No hagas a los extraños y extrañas, lo que no quisiera que te hagan a los tuyos, porque son tan dignos y vulnerables como aquellos que te son cercanos”
3.- “Todos somos responsables de todos, ante todos, pero yo soy, el primer responsable antes que los demás”.
Nota importante: a la mujer, en general, le resulta evolutivamente más fácil practicar algunos códigos amorosos de esta pos ética, por lo que se necesitan más revolucionarias.