En política se han visto muertos cargando ataúdes. Piñera salió del piñeragate, Allamand del caso drogas y Novoa del caso Spiniak. La historia de la derecha desde fines de los ochenta ha estado cruzada por profundas crisis, enfrentamientos y derrotas. Luego, en el contexto de la crisis de la concertación y de la breve paz del sector bajo el liderazgo de Piñera se convierten en Gobierno en marzo del 2010. Todo indica, por tanto, que de la actual situación saldrán en algún momento y podrán volver a ser competitivos. El problema es, no obstante, saber cuándo, cómo y bajo qué liderazgos. Eso sí, a corto plazo no se ven buenas perspectivas.
El caso Penta vino a profundizar un escenario de crisis que ya estaba instalado. La crisis de la derecha en general y de la UDI en particular comienza a profundizarse con el conflicto de intereses que domina la primera etapa del gobierno de Piñera, que pone en evidencia la relación incestuosa del sector con los negocios y el dinero, con las movilizaciones del 2011 que ponen en jaque “el modelo” y con el destape de los escándalos y abusos de los empresarios. Desde entonces, todo es declive y debacle. La guinda de la torta fue la derrota electoral, política e ideológica que sufren en diciembre del 2013.
Desde ese momento se enfrentan a un nuevo desafío político: adaptarse a las nuevas condiciones del país y a la “era de las reformas” que va dominar los siguientes años. Las respuestas, dependiendo de la profundidad, oscilan entre la refundación total y los ajustes estructurales. La derecha optó tibiamente, por el segundo camino.
El error de diagnóstico se observa cuando ambos partidos –RN y la UDI- creen que todo pasa por un cambio de rostros y se instalan nuevas generaciones en la conducción de los partidos. Del mismo modo, creen que hay que hacer ajustes en la declaración de principios. Mientras RN cambió su declaración, la UDI la dejó intacta. Los hechos, han demostrado de manera dramática y vergonzosa que el “cambio de rostros y ajustes en los principios” no son suficientes ni eficientes.
Todo indica que están lejos de encontrar las respuestas. En esa búsqueda han hablado de partido único, de una federación de partidos, de ser más tolerantes con la diversidad, de cambiar los nombres de los referentes, de separar aguas con el mundo empresarial. En fin, un conjunto de respuestas “desesperadas” que no tienen un hilo conductor ni muchas esperanzas de éxito.
La respuesta para salir de la crisis y volver a ser competitiva se encuentra en la política, en la ideología y en la cultura. De alguna manera, podemos decir que la crisis es política, ideológica y cultural.
Política, porque han perdido credibilidad, capacidad de liderazgo y desde las próximas elecciones deberán competir en una democracia “sin limitaciones”. Ideológica, porque siguen pensando y creyendo lo mismo que hace 30 años. Cultural, porque siguen anclados en prácticas y esquemas autoritarios y en una visión iluminada de si mismos.
Desde el punto de vista político es fundamental aceptar y entender que la construcción del orden, de la sociedad, en definitiva del país, ya no puede hacerse bajo las condiciones políticas que imperaron en dictadura y en democracia con los enclaves autoritarios. Desde ahora, no podrán competir con “subsidio político”: ya no hay binominal ni tampoco dinero espurio. En este contexto, deberán instalar liderazgos de nuevo tipo, recuperar “credibilidad” y reconstruir sus estructuras partidarias.
Desde el punto de vista ideológico es fundamental aceptar y entender que las ideas que dominan su universo ideológico son las mismas que fundaron el neoliberalismo chileno a mediados de los setenta. Son las mismas, que usaron para defender y cuidar el modelo durante los años de la Concertación y, son las mismas, que hoy instalan para oponerse a las reformas. Es más, son las mismas que están usando para salir de la crisis.
Probablemente, en esta dimensión se encuentre su mayor debilidad. Están, en definitiva, atrapados en un liberalismo económico ortodoxo que se transforma en fundamentalismo económico en que todo es crecimiento, en que el éxito de un país y de una sociedad depende del crecimiento económico, en que todo es un “bien de consumo”, en qué el desarrollo humano se inscribe en la lógica del ingreso per-cápita, en qué el único derecho trascendente es el “derecho a la propiedad” y que el Estado solo debe tener un rol “subsidiario”.
Ha llegado, por tanto, el momento de adaptar su imaginario ideológico a las condiciones culturales, políticas y económicas del nuevo ciclo chileno.Ha llegado, el momento de pensar, de pensarse a si misma y de pensar el nuevo Chile sin “subsidio político” y sin ortodoxia liberal ni soberbia técnica.
Sin duda, que la lucha política es intensa y no deja espacio para la reflexión. Hay graves problemas para avanzar en este punto: ¿quiénes son los intelectuales de la derecha de hoy?, ¿quiénes están pensando al sector y su proyección?, ¿quiénes están pensando en el Chile de los próximos 20-30 años?, ¿quiénes están pensado el liberalismo de los nuevos tiempos?, ¿quién está pensando el Chile del nuevo ciclo?
En esta dimensión está en juego el proyecto que quieren ofrecerle a Chile. La derecha, ha quedado sin proyecto país. Lo instalaron con Pinochet, lo defendieron durante los gobiernos de la Concertación y lo defienden hoy con posturas contra reformistas, ¿qué pueden ofrecer hoy?, ¿más modelo?
Desde el punto de vista cultural la tradición autoritaria de la derecha chilena se tensiona con un orden plural, diverso y democrático. Este hecho no sólo se expresa en que la diversidad que surge desde las profundidades de la cultura se ve limitada por sus rasgos autoritarios que terminan por traicionar, incluso, su limitado liberalismo, sino también en pensar y creer que sus ideas son “verdades develadas” y las únicas capaces de sacar al país de la pobreza y el subdesarrollo y hacer del hombre y ser feliz. Al pensar en que sus ideas son “infalibles” caen en la soberbia y terminan creando una visión iluminada y narcisista de ellos mismos. El gobierno de Piñera es la máxima expresión de esto último.
En consecuencia, superar su debilidad política, su dogmatismo ideológico y su autoritarismo cultural son las condiciones necesarias para comenzar a revertir su actual situación y volver a ser competitivos.
En ese camino, debe aprender a competir sin subsidio político, a revalorizar el rol del Estado, de lo público y el valor de la inclusión, a pensar que la igualdad no se opone a la libertad y que la libertad no sólo es económica, sino también política y cultural.
¿Refundación o ajuste?