Nuevamente la “clase política” nos brinda un vergonzoso escándalo de corrupción. El caso Penta.
Y nos muestra varias cosas que ya se han hecho costumbre (partiendo por el acertado calificativo de clase).
Un poderoso grupo de empresarios financiaba campañas de políticos, para luego cobrarles en favores, comprometiéndolos en la defensa de sus intereses.
Corrupción. Políticos a la venta. Y luego, defensa de clase.
De alguna forma, todos los sabemos o al menos lo sospechamos. Sabemos que son muchos los políticos que están financiados por los grandes grupos de interés y que derecha y descaradamente, defienden sus intereses. Desde gremios, empresarios, organizaciones aparentemente sociales, etc.
Los guionistas de Hollywood, no son tan creativos y finalmente muestran la realidad. Y ahí está la primera gran herida.
Porque finalmente, los políticos, nuestros políticos, son personas que han sido elegidas por el pueblo para representarlo. Para actuar en defensa de los intereses del pueblo. Hay una delegación del poder soberano del pueblo hacia individuos que detentan cargos, con el poder de dirigir el país.
Pero resulta que finalmente, estas personas, al menos varias de ellas, tuercen la Ley que ellos han dictado e incurren en conductas que para las personas normales serían graves delitos y los hacen pasar como errores (o actos de valentía incluso como la defensa de Moreira, que lo hizo para favorecer a sus electores), pretendiendo transformar actos delictuales en actos virtuosos, como si sus electores, el pueblo, fueran una tropa de descerebrados. Lamentablemente, el pueblo termina actuando de esa forma, pues sigue reeligiendo a los mismos.
Y esta verdadera conducta delictual, ya se ha hecho una costumbre que traspasa todas las barreras políticas. No es exclusiva de la Derecha ni de la Izquierda, es propia de “la clase política”.
Y acá la cosa se pone más oscura.
Primero porque se crea una cultura de “clase”, de un grupo sobre el pueblo, que se justifica por sí mismo y que considera que todo lo que sea necesario para mantener el poder es bueno, aunque sea abiertamente contrario al pueblo que le ha dado el poder.
Y luego, por el gigantesco descrédito en que ha caído la actividad política en nuestro país.Tenemos autoridades que consideran que evadir impuestos y torcer la ley de financiamiento electoral no es más que un error, cuando es un delito. Otros que consideran que las violaciones a los Derechos Humanos, fueron excesos y no crímenes. Que apropiarse de las empresas del Estado a precio vil, fue una forma de salvar al país pues las empresas en manos del Estado están destinadas al fracaso. Que usar los empleos estatales como una forma de construir sus máquinas de poder, es una forma correcta de hacer política. Todo está permitido, mientras ellos estén en el poder.
Y claro, cuando son sorprendidos, se presentan con caras dolidas y avergonzados, diciéndole al país que “asumirán su responsabilidad política”. Y acá lo más grave.
Porque por los mecanismos del sistema judicial, sabemos que los políticos involucrados difícilmente van a tener responsabilidad o consecuencias criminales o civiles (no habrá políticos presos ni condenados a restituir los dineros con que defraudaron al Estado). Pero lo que podríamos esperar es que asumieran su responsabilidad política, que se concreta en perder el cargo y en general, en dar un paso al costado y retirarse de la actividad política.
Es impensable, en un país con una cultura política mínima, pensar en políticos involucrados o defensores de las violaciones a los Derechos Humanos, que luego de 10 años y sin asumir ni un gramo de responsabilidad, puedan ejercer de ministros, senadores o diputados. Es impensable, pensar en políticos que reiteradamente son involucrados en actos de corrupción (financiamiento ilegal, defensa de intereses de grupos empresariales, nepotismo, etc.), puedan seguir en sus cargos, como si nada hubiera pasado.
Pero acá ocurre. Y el descrédito de la política, llega a su culmine, cuando en la última elección presidencial, vota casi un tercio de los que deberían haberlo hecho. Ya a nadie le interesa.
El descrédito de la política y la falta de participación popular, solamente son útiles a quienes están en el poder y luchan por mantener las cosas como están. Nada de eso favorece ni al Pueblo ni a quienes intenten cambiar el orden de las cosas.
Y en mi opinión, esto no es casual. No es producto de la mala suerte. Es parte de un diseño, pensado para evitar la participación popular. Es el centro de un diseño que es por definición antidemocrático, pues está pensado en impedir la democracia y la participación, para mantenerse así e impedir los cambios.
Y para estar a tono, perpetraré mi acto de corrupción.
La editorial Ediciones Radio Universidad de Chile, dirigida por el gran Juan Pablo Cárdenas, acaba de publicar el libro “La Rueda de la Historia. Testimonio de un protagonista”, de mi padre, el abogado de derechos humanos, político y tarotista Jaime Hales.
Es indispensable leerlo. Porque en este difícil escenario es cuando vale la pena leer a alguien que no tiene ninguno de esos compromisos políticos y que desde su libertad es capaz de escribir su testimonio contándonos, cómo se ha construido un modelo de desarrollo basado en el neoliberalismo extremo, una democracia protegida o aparente, un gobierno autoritario y nulas posibilidades de promover los cambios que el Pueblo o la Nación soberana demande.
Me emociona leer a mi padre, porque veo parte de mi vida, de mi infancia. El miedo, la sensación de lucha, la fragilidad, el compromiso emocional con el destino de la Patria, algo de heroísmo. La entrega.
Son muchas las historias y las anécdotas. Con nombre y apellidos. Datos que no les van a contar en otros lados, porque sus protagonistas necesitan olvidarlos, porque defienden sus posiciones de poder, no la verdad, no la democracia, sino su democracia. Esa democracia aparente, en la que nada puede cambiar y en la que nadie quiere participar.
Y claro, deja en evidencia, como se ganó un plebiscito, pero finalmente la Dictadura Cívico Militar (sí, la de los cómplices pasivos) triunfó, pues logró imponer a raja tabla y sin derecho a discusión, su modelo de desarrollo para este país.
Parece un final triste y deprimente.
Finalmente nada va a pasar. Y los malos volverán a ganar. Es probable que los políticos del caso Penta salgan libres y no ocurra nada. Y el Pueblo lo olvidará nuevamente, porque ese es el modelo. Un Pueblo ignorante.
Pero para evitar eso, tenemos que reconstruir la memoria. Léase este libro.
Y saben, tiene un final feliz. Porque nadie tiene clavada la rueda de la fortuna, la historia seguirá girando y ni siquiera los más poderosos la podrán detener.
Y un pueblo instruido podrá seguir de pie y hacerla girar.