“Francia no es un país, sino una causa”, decía Matta con razón. Y lo que ha ocurrido en estos últimos días a propósito del acto terrorista en contra de Charlie Hebdo, en el que fueron asesinados seis de sus dibujantes más célebres, así lo confirma.
Charlie Hebdo es una revista satírica, que con su ironía fustiga a toda persona, partido, religión o tendencia, que pretenda atentar en contra de los valores que han hecho grande a Francia y en los que se encarna el espíritu de la Revolución Francesa.
Ninguna fuerza o autoridad, ningún poder fáctico ha quedado a salvo de sus críticas, que buscan constantemente afirmar el laicismo, la justicia, la igualdad y la fraternidad. Y es que este tipo de humor, surgido precisamente en lo tiempos de la revolución, es la expresión directa de la libertad de expresión y del respeto a diversidad que en una sociedad moderna es la condición fundamental de la convivencia entre los ciudadanos.
Eso es lo que motivó el rechazo inmediato de la sociedad francesa al atentado del que fue objeto esta revista. Las balas terroristas se dirigían directamente al espíritu de Voltaire que sigue y seguirá viviendo. Y eso, Francia no lo puede permitir. Por eso se puso sobre el Arco de Triunfo la leyenda: “Yo soy Charlie”.
Pero lo que mas llama la atención es la fuerza y la coherencia de este rechazo de parte de todos los sectores de la sociedad, incluso de aquellos que han sido en algún momento objeto de los dardos libertarios de la revista. Nadie se ha restado a la condena, todos de manera consecuente han hecho declaraciones en favor de la libertad de prensa y han sabido poner esta reivindicación por encima de sus posturas particulares. Nadie ha hecho uso de este hecho para criticar al gobierno o para afirmar posturas partidistas.
Tuve la oportunidad de ver en la televisión a todos los políticos franceses cerrando filas ante el gobierno y convocando a sus partidarios a la manifestación ciudadana que tendrá lugar este domingo.
El ex-Presidente Sarkozy visitando al Presidente Hollande en el Eliseo para mostrar su completo rechazo al acto terrorista y su espíritu de unidad nacional exigido por las circunstancias, Alain Juppé, actual candidato presidencial de la UMP, exactamente lo mismo y, por supuesto, todos los sectores que apoyan al gobierno.
Los representantes de todas las iglesias de Francia hicieron una declaración sorprendente, afirmando que Francia es un país laico y que en el tienen lugar dentro del espíritu de mayor tolerancia todas las creencias religiosas.
Los Imanes de la mayoría de las tendencias musulmanes también se hicieron presentes, condenando resueltamente el acto terrorista y afirmando los valores de la República. Nadie, por ningún motivo, esgrimió argumentos como “se lo buscaron”, “fueron demasiado lejos”, “todo tiene sus límites”, para justificar el acto terrorista como ocurrió en Chile con los partidarios de Pinochet que justificaron de este modo el terrorismo de Estado, olvidándose no solo de los valores ciudadanos, sino también de los derechos humanos. Y es que en Francia, la libertad no se puede tocar, porque es la base de sustentación del régimen. En Chile la única libertad que no se puede tocar es la de comprar y vender.
Cada vez que se ha puesto en juego la lucha por los valores ciudadanos, cada vez que ha habido que restablecer las conquistas fundamentales de la revolución, el pueblo francés se ha levantado para mostrar de nuevo su unidad, como ocurrió por ejemplo el 2001 cuando el 80% de los ciudadanos de todas las tendencias políticas democráticas votaron por Jacques Chirac en contra del racismo y la xenofobia del Frente Nacional.
Lo mismo ocurrirá este domingo en que nadie se restará a la Manifestación Ciudadana en contra del terrorismo y en favor de la Libertad de expresión.
Y lo mismo ocurrirá en la próxima elección presidencial en la que no hay que ser un mago para predecir que el candidato ganador sera el candidato que gane las primarias de la derecha.
Nuevamente todas las fuerzas republicanas se unirán en contra del FN. Y es que en Francia hay un consenso ciudadano sobre ciertas cosas que no se tocan y que son la base sobre la que se construye la unidad del país. En Francia, la frase “la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas” no es un chiste.
Uno de los mayores logros de la política francesa es que exista una derecha ciudadana, una derecha comprometida con los valores de la República, una derecha que le da estabilidad a esta y en la que todos los ciudadanos democráticos pueden confiar.
Gracias a esto, el país se ha mantenido en equilibrio y se ha impedido el avance de las fuerzas de ultraderecha. En Chile, lamentablemente esta posibilidad no se ha dado. La derecha chilena es en realidad una ultraderecha, que sigue siendo pinochetista y en la que ningún demócrata podría verdaderamente confiar porque sigue justificando el golpe con los mismos argumentos de siempre. Tampoco existen fuerzas armadas verdaderamente comprometidas con la República, ni tampoco valores compartidos por el 80% de los ciudadanos. Ni siquiera la Constitución es fruto de un acuerdo unitario nacional.
Por eso, cuando el domingo aparezcan en las pantallas de televisión las imágenes de la Manifestación Ciudadana en Paris, en la que se verán miles y miles de participantes de todas las tendencias unidos por el apoyo a la libertad de expresión y a la defensa del derecho a existir de una revista con la que ni siquiera comparten siempre sus propósitos, los chilenos deberíamos ver esto como un ejemplo, como un ideal a conseguir, como una fuerza unitaria que no tenemos y que hace y que ha hecho la fuerza y grandeza histórica de un país.
Tal vez nosotros también algún día podamos hacer la Revolución Francesa.